• Ángelo Gutiérrez Hernández
México, sus autoridades y su pueblo, tienen ante sí el gran reto de la reconstrucción nacional a partir de los lamentables sismos del 8 y 19 de septiembre. Más allá de lo económico, unos y otros estamos obligados a unir esfuerzos para que la muerte de más de 400 personas, por ambos sismo, no sea en vano.

 

Si bien es cierto que la sociedad mexicana vive en un gran deterioro, provocado por los excesos, abusos y descomposición social, los recientes acontecimientos naturales generaron una unidad nacional para muchos inusitada, pero que en momentos de desgracia siempre aflora.

La sociedad no cree en sus autoridades, de ninguno de los niveles y poderes. Los estudios demoscópicos así lo demuestran. Con razón en algunos casos, pero en la mayoría sin saberlo, la clase política es repudiada en general y muchos de los que ejercen alguna posición de este tipo, no tienen la culpa de lo que se generaliza. Corrupción, enriquecimiento ilícito, robo, peculado, y muchas otras condiciones se imputan a la clase política. Nadie o muy pocos les creen.

Por eso, ahora creo que es tiempo de la reconstrucción nacional, en lo materia y en lo espiritual. En donde todos creamos en todos, que la sociedad vuelva a confiar en sus representantes y que éstos hagan en bien común a favor de la sociedad.

Se estima, a partir de cifras gubernamentales, que el costo preliminar de la reconstrucción en México ronda en los 2 mil  millones de dólares. Con eso recursos se atenderían las aproximadamente  150 mil  viviendas que resultaron dañadas y se atendería a las 250 mil  personas que perdieron sus hogares en varias partes del país a causa de dos potentes terremotos.

El presidente Enrique Peña Nieto dijo que se requerirán 13 mil  millones de pesos para reparar escuelas; 16 mil 500 millones de pesos para arreglar viviendas parcial o totalmente dañadas, y unos 8 mil millones de pesos para la reconstrucción de infraestructura cultural.

Todo eso es alarmante, cifras muy frías, pero insisto, más allá de lo económico, porque el gobierno, con aliados, sociedad civil, empresarios, al final encontraremos la forma de hacerlo, el país requiere de reconstruir la credibilidad en sus autoridades y en la sociedad.

Historias de abusos y excesos se han conocido a partir de esta desgracia. Gobiernos estatales que lucran con la ayuda social que se ha movilizado, robo a caravanas de víveres y hasta violaciones a mujeres brigadistas. Eso no es posible. Aunque siempre las historias de benevolencia opacan a los excesos y la degradación humana.

Por eso es tiempo de dar el paso a la reconstrucción de México, de su gente y de su forma de actuar. Que la solidaridad, esa que vimos en las calles juntando víveres, ayudando a los hermanos en desgracia, no sea sino una semilla para impulsar el cambio.

Es tiempo de retomar la acción social, para obligar al Estado y sus instituciones a cambiar para exigir a las autoridades la construcción de un nuevo México. 

No es sólo la reparación de lo físico, sino la búsqueda de una nueva forma de ser en donde prevalezca por una parte la honestidad y el deseo inquebrantable de superación, y, por la otra, la exigencia a nuestras autoridades de que cumplan con su deber poniendo la honestidad y el deber ser ante todo.

Todos podemos y debemos ser parte de este nuevo México que luchará y logrará su superación. Cada quien en su trinchera. Los trabajadores y empleados, los empresarios, los burócratas, los estudiantes, los ministros religiosos, los dirigentes de los sectores públicos y privado.
La reconstrucción de México es de todos y para todo. Aprovechar esta oportunidad es nuestro gran reto.