• Alfonso Sánchez Anaya
Hace unos meses escribíamos en este mismo espacio, que se avecina una “tormenta perfecta” en el escenario político nacional del 2018, la razón, es que estará en disputa el destino de nuestro país y habrá un choque de corrientes que están decididas a todo por alcanzar la Presidencia de la República;

por un lado, el candidato que lo va intentar por tercera ocasión y se encuentra encabezando hasta ahora las preferencias; por otro, un frente sin una ideología definida, cargada más hacia la derecha y con una izquierda decadente que ha abandonado sus principios fundamentales y, finalmente, el de las viejas y mismas fórmulas para la preservación de los privilegios del poder.

Y estos últimos son el verdadero peligro para la Nación. Si algo ha caracterizado al grupo en el poder, es el uso de lo que esté a su alcance, que es mucho, para generar las condiciones materiales, sociológicas y hasta psicológicas favorables, que les permita con su llamado “voto duro”, seguir obteniendo victorias electorales, no precisamente para beneficio de la gente, sino para que se sigan enriqueciéndose unos pocos a costa del padecimiento de la inmensa mayoría de la población.

La eficacia del “voto duro” del PRI, siempre ha estado sostenida por el abstencionismo, el cual se debe a circunstancias grupales identificadas por los analistas: un grupo que refleja su participación en relación con sus factores socioeconómicos y demográficos (con variables de escolaridad, edad, ingreso, estado civil, zona geográfica donde habita y ocupación, entre otras) y, un segundo grupo cuya participación se vincula con la evaluación que hace de la actividad gubernamental, su confianza en las instituciones, sus sentido de obligatoriedad del voto y su nivel de modernización social.

Sin embargo, el abstencionismo en elecciones presidenciales que venía siendo el mejor aliado del grupo en el poder, inducido y ocasionado a través del desánimo, hartazgo e impotencia de la gente por cambiar su realidad política, se disminuyó en la elección de 2012 hasta un 37 por ciento, después de que durante las décadas anteriores fue del 43 por ciento, o más, situación que dicen los especialistas, se debió a la tremenda penetración del internet entre la población, principalmente en la de los jóvenes.

Según los datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones, actualmente alrededor de 100 millones de personas en México cuentan por lo menos con un televisor en casa, mientras que la cifra de quienes tienen acceso a internet se elevó espectacularmente del 2013 a 2017, según datos de la Asociación Mexicana de Internet y el World Internet Project, que casi coinciden en que en nuestro país ya hay cerca de 60 millones de usuarios.

Esto quiere decir, que si la tendencia del abatimiento del abstencionismo que se presentó en 2102 continua, las posibilidades de que se produzca una alternancia en el poder es real y no precisamente a favor de la derecha representada por el PAN, que ya estuvo doce años gobernando el país, con los mismos y lamentables resultados; ellos, no pudieron sustraerse a las mismas prácticas de simulación, ineficiencia y corrupción que identifican a sus siempre oportunos aliados priistas. Así los identifica la gente, como integrantes de un mismo grupo en el poder aunque las siglas de sus partidos políticos sean diferentes.

Lo único que hace falta para que México empiece a cambiar su dolorosa realidad social, política y económica, es un líder nacional decidido, que sea capaz de canalizar todo el hartazgo y enojo de la gente por el mal gobierno que ha padecido por décadas y que está empeorando día con día. Existe un único propósito nacional: quitar del gobierno a quienes tanto daño le han hecho, saliendo a votar el próximo 1 de julio, en contra de ellos, no hacerlo, es condenar al país a oficializar la corrupción y la pobreza.