• Rodolfo Moreno Cruz
Donald Trump, fiel a su estiló, agredió; la cancillería respondió. Pero entre “ires y venires” de ataques y justificaciones, la realidad es que la calificación que hizo Trump, la semana pasada, sobre México como el país más peligroso del mundo, desafortunadamente es real.

 

Hay muchos indicadores, Estado de derecho, corrupción, feminicidios, violación a derechos humanos que dejan mal parado a México, pero hay uno que es la piedra angular para determinar el nivel de peligrosidad: el número de asesinatos.

En el informe de Seguridad, Justicia y Paz elaborado por el Consejo Ciudadana para la Seguridad Pública y Justicia Penal A. C. se enlistas a las 50 ciudades más violentas del mundo en el 2016. Y aparece en esa lista, en el segundo lugar, Acapulco con una tasa de homicidios de 113.25, es decir 918 homicidios por cada 810,669 habitantes. En quinto lugar está Victoria con una tasa de 84.67; Tijuana en el lugar 22 con una tasa de 53.06, y así la lista sigue con muchas más ciudades mexicanas.  Pero si no bastará la opinión de la sociedad civil, es el propio Gobierno Federal quien reportó que en el 2017  la tasa de homicidios fue de 20.5 por cada 100 mil habitantes.

A diferencia de la poca seriedad y legitimidad de Donald Trump, hay afirmaciones sólidas que señalan a México. Es el caso de Moisés Naim. Ya hace algunos años Moisés Naim en un artículo periodístico con el título “la gente más asesina del mundo” señaló la peligrosidad de algunos países (entre ellos México). Aquí quiero referirme a lo que él comentó en ese artículo.

Naim explica que países latinoamericanos, como México, tienen una tasa más alta de homicidios que Afganistán y Bagdad.  Y se pregunta, ¿Cuáles son las razones por las que se cometen tantos homicidios? Y el mismo empieza a ensayar algunas respuestas. En primer lugar, explica, podría decirse que la tasa de homicidios se debe a la pobreza pero inmediatamente obtiene esta conclusión: si fuera la pobreza entonces “China debería tener más homicidios que Brasil” y no es así. Otra razón podría ser que la democracia es muy suave para con los criminales y es mejor un país con tiranos que sancione sin respetos a derechos humanos y entonces él pone como ejemplo la India (él es una las democracias más grandes del mundo) y que tampoco está catalogado como uno de los países con un número elevado de asesinatos. Igual, continua, se puede considerar el argumento de las drogas y el narcotráfico pero entonces aquí quien debería llevarse la delantera sería Estados Unidos pues es el mayor consumidor y el más grande mercado de drogas. Sea como fuere, el mismo reconoce una pluralidad de circunstancias que en conjunto empujan a este tipo de hechos delictivos.

En lo particular creo que hay que empezar por algo determinante: indignarse. En el momento en que la sociedad mexicana asuma la conciencia de que las cosas no deberían ser así, entonces empezaríamos por exigir mayor seguridad. Imagine el lector o la lectora que le pidieran que usted no dijera nada cuando alguien le escupe el rostro. Y que al paso de los años se vuelva una cultura el escupir. Perderíamos la sensación de indignación. Y veríamos el suceso como un fenómeno “normal”. México debe revertir esa sensación de no pasa nada. Los asesinatos, son una enfermedad social que solo tienen un remedio colectivo: la indignación permanente.