• José Vicente Sáiz Tejero
Tiempos de Democracia

 

En México no hay político con poder que se atreva a discutir la legalización de las drogas y la amnistía

Ambas cuestiones deben abordarse cuanto antes si lo que se quiere es devolver la tranquilidad al país

Amnistiar y legalizar no equivale a bajar la guardia vs. el crimen ni desistir de los trabajos de inteligencia

  Si algo logró captar la atención de la gente de entre lo mucho que se dijo en el circular, repetitivo y casi siempre insustancial fárrago de generalidades y lugares comunes oído durante las precampañas recién concluidas; si algo, repito, interesó e incluso provocó una encendida polémica fue lo dicho por López Obrador en torno a una posible amnistía como alternativa de solución a la interminable guerra contra el narcotráfico que continua ensangrentado a la nación mexicana. No bien hubo terminado de delinear su propuesta cuando ya le estaban lloviendo descalificaciones. Su idea -apenas esbozada de manera preliminar- fue exhibida por sus detractores como prueba irrefutable de su colusión con el mundo criminal. El rechazo fue generalizado y ni siquiera los adláteres a Andrés Manuel fueron capaces de explicar que la tal amnistía debía ser sólo parte de un complejo plan de pacificación que incluye una amplia gama de variables por estudiar con prudencia y cuidado.

Indignados, pero sin propuestas…

 Lo curioso es que, entre los poseídos de “santa ira” a causa de la sugerencia del tabasqueño de considerar el perdón a los traficantes como un paso necesario para devolver al país la tranquilidad perdida; lo curioso, insisto, es que no hubo nadie que pusiera sobre la mesa otra estrategia diferente a la de enfrentarlos con balas. Trátase, como sabemos, de un fenómeno que es imposible abatir por la fuerza. Las cifras están ahí y no lo aburriré, amigo lector, repitiendo datos que se conocen hasta la saciedad. En tanto, seguimos inmersos en una espiral de odio y muerte que, lejos de detenerse, amenaza con penetrar hasta los más insospechados nichos de nuestra vida cotidiana. Ilustra la visión que someto a su consideración el caso de los dos curas sacrificados en Juliantla, un poblado guerrerense de la diócesis Chilpancingo-Chilapa.

“…no queremos ser sicarios…”

 De entre los dimes y diretes que cruzaron el Fiscal General del estado de Guerrero Xavier Olea y el Obispo Salvador Rangel, merece la pena rescatarse lo dicho por el prelado para explicar la cercanía y aparente camaradería de sus sacerdotes con los delincuentes. Lea usted: “…tenían que atravesar por esos territorios donde están los narcotraficantes. Tenían que saludarlos, tenían que dialogar con ellos, lo tenían que hacer, porque tenían que pasar por su territorio… si no, ¿cómo pasaban?...” Pero según el fiscal, los curas “…iban a un baile que amenizaba el grupo musical Bronco, donde se encontraban muchas personas armadas pertenecientes a diversos grupos delictivos de Guerrero, Morelos y el estado de México…”. El propio Obispo Rangel, que por cierto es originario de Michoacán, afirmó “…haber buscado a los narcos porque, a final de cuentas, son parte de la grey de la que soy pastor…”. Y comentó que le han dicho: “...si, somos narcos, ese es nuestro trabajo, pero no queremos ser sicarios…”. Toda una pintura al fresco de una sociedad cuya vida transcurre en forzada armonía dentro de un territorio en que no hay más ley que la de los narcos.

  Iluso, amnistiar sin legalizar

  Tras la digresión anterior retomo el tema original. Lo planteado por López Obrador se entendería sí, y sólo sí, se enlaza con la legalización de las drogas. Una cosa, la amnistía, sin la otra, la legalización, carecería de sentido. Y aquí es donde cobra sentido la frase recogida por el obispo Rangel en sus conversaciones con los traficantes: “...sí, somos narcos, ese es nuestro trabajo, pero no queremos ser sicarios…”. Alguna vez escribí que esas gentes a las que aquí perseguimos con ánimo aniquilatorio, en Estados Unidos hoy podrían ser agroempresarios prósperos. No por casualidad el candidato de Morena se refirió a la amnistía en la sierra de Guerrero, la mata del narco del centro de México. Vale recordar -apelo a la memoria de los lectores de mayor edad- que tiempo hubo en este país en que los traficantes se regían por una suerte de código de ética que prohibía mezclar sus actividades con otras -esas sí- de clara índole criminal. Incluso su discreta presencia llegó a ser garantía de paz y orden ahí donde sus negocios florecían. Empezaron a matar sólo cuando el gobierno los acosó sin darles salidas alternativas.

El único camino

  Permítaseme una segunda digresión, ahora para teorizar sobre la forma como las guerras se dan por concluidas... o acaban por extinguirse. Todos los conflictos -cualquiera que sea su naturaleza y con independencia del tiempo durante el cual se prolongan sus hostilidades- terminan de dos posibles maneras: 1) cuando una de las partes se rinde y la vencedora impone a la derrotada las penas e indemnizaciones que estime procedentes o, 2) cuando en ocasión de que, tras años de medir sus fuerzas en los campos de batalla, ninguna de las partes demuestra poseer capacidad suficiente para imponer su ley al adversario. En esta segunda circunstancia, esto es, cuando las partes beligerantes llegan a un extremo insostenible de desgaste económico, militar y social, entonces se hace patente que el diferendo no se resolverá por la vía de la fuerza y no hay otro remedio que acudir a fórmulas de avenimiento que lo finalicen. Es el caso de México y su inútil guerra contra las drogas.

Tregua, armisticio y acuerdo de paz

  Llegados a ese punto -equivalente a tablas en un duelo ajedrecístico- se da paso a la política para iniciar un proceso de negociación cuya primera fase incluye treguas acordadas en regiones definidas y por periodos en principio de duración limitada. Si con ellas se consigue suspender los encuentros armados y los sectores radicalizados van cediendo en su belicosidad, entonces se pasa a una segunda etapa, consistente en formalizar un armisticio como preludio del tercer y último capítulo: un acuerdo de paz cuyo articulado establezca: 1) eliminación de las causas del conflicto, ya sea que se trate de la soberanía sobre un territorio, el reconocimiento de derechos de minorías raciales, la liberación del comercio de uno o varios  productos, etc. y, 2) amnistía amplia de la que se excluye a criminales directamente responsables de delitos de sangre. Sin el cabal cumplimiento de ambas estipulaciones la pacificación se torna imposible y el procedimiento tiende a alargarse indefinidamente.

Conclusión

  La guerra contra el narco en México -como en Colombia, o cualquier otra parte del mundo- no tendrá un fin diferente. Su fatal conclusión vendrá -no lo ponga usted en duda- por vía de la aplicación de un esquema parecido al descrito. ¿Cuándo? Nadie lo sabe, pero por desgracia no será pronto; en México no tenemos, hoy por hoy, ningún político en disposición de asumirlo con claridad y valor. López Obrador lo bocetó tímidamente, pero en seguida le puso hielo a la iniciativa. Y para acabar, un mensaje para los falsos patriotas: negociar no significa desistir; mientras se construyen los acuerdos, los trabajos de inteligencia militar, policíaca y financiera deben proseguir. No, no se trata de rendirse sino de construir las condiciones para que no sigamos matándonos irracionalmente quien sabe por cuanto años más.