• José Vicente Sáiz Tejero
Tiempos de Democracia

 

Ignorar el crecimiento de la criminalidad en la entidad sin adoptar las medidas conducentes sería insensato

Sólo trabajando en armonía gobierno y sociedad se evitará que la delincuencia eche raíces en Tlaxcala

La corrupción y la impunidad no son los efectos sino las causas de los males que envenenan a la sociedad

 La inseguridad y la violencia están ya, mal que nos pese, presentes en la cotidianidad tlaxcalteca. Y han llegado con la intención de instalarse entre nosotros de la mano de sus aliadas, la corrupción y la impunidad, esos dos mantos que encubren y protegen a los delincuentes. Trátase de una situación que fue mal atendida el sexenio anterior y que, a juzgar por los sucesos de las últimas semanas, amenaza con cobrar una dimensión desconocida en una entidad que se caracterizó siempre por el talante pacífico de sus habitantes. La alarma ha cundido debido a que, en esta ocasión, no son sólo rumores esparcidos para inquietar políticamente al estado; ojalá lo fueran… pero no, estimado lector, son actos criminales reales que se suceden unos a otros sin aparente solución de continuidad, afectando gravemente la tranquilidad ciudadana.

¿…hechos aislados…?

   Basta leer periódicos o escuchar noticiarios para advertir que dejó de ser suficiente la gastada explicación burocrática de que son “…hechos aislados…”. El subterfugio ya no aplica a un problema que, de incipiente y manejable hace pocos años, va en la actualidad camino de convertirse en un factor desestabilizante de la paz social. Por años Tlaxcala -y particularmente su anterior gobernante-  observó, de lejos y con indiferencia, la delincuencia que afectaba otros estados. Mas la realidad nos alcanzó y ahora requiere enfrentarse decididamente con un enfoque totalizador que abarque las múltiples causas del lacerante fenómeno. Y tiene que ser ahora, sin dilación, antes de que penetre y se nutra de nuestro anémico y necesitado cuerpo social. Después será tarde.

Interminable catálogo

 Lo cierto, lo irrefutable, es que están proliferando bandas de asaltantes que asuelan barrios enteros. Son autoras de múltiples robos con violencia, la mayoría de los cuales no son denunciados por las víctimas por temor a represalias de los delincuentes y por una justificada desconfianza en la autoridad policíaca, inoperante casi siempre y no pocas veces cómplice cuando no socia de los maleantes. Menos aún se tiene conocimiento de secuestros que no son divulgados en la esperanza de un entendimiento entre familiares y malhechores, entendimiento que, si se da, ocurre al margen de la procuraduría. En lo que toca a asaltos a vehículos de transporte de mercancías en carreteras compartimos con Puebla el liderazgo en la materia. Por otra lado, dejaron de ser excepcionales los homicidios cometidos en perjuicio de taxistas y comerciantes a los que, por quítame estas pajas, les dan dos tiros en la cabeza…y a otra cosa. Y ya perdimos la cuenta de los cuerpos de personas -cuya identidad jamás se llega a conocer- que aparecen en zanjas, barrancas o en el rio.

Estudio sobre la impunidad

   La actividad criminal no mide consecuencias, sencillamente porque casi nunca las hay. Quien desee confirmarlo bastará con que consulte el estudio realizado por la Universidad poblana de Las Américas, relativo a los índices de impunidad que existen en México, y en particular en Tlaxcala. Los datos son espeluznantes: si conforme al dicho estudio dejan de denunciarse 93% de los delitos debe seguirse que nada más el restante 7% es investigado. Y si, a su vez, de esa ínfima tajada del pastel gráfico delincuencial sólo concluye en consignación un insignificante 7%, podemos entonces colegir que ni siquiera en uno de cada cien eventos delictivos se pone al responsable a disposición de los órganos de impartición de justicia. Mal menor sería que el asunto -terrible per se- terminara ahí; pero no, amigo lector, a esa procuración incapaz y corrupta le falta el último eslabón de esa infernal cadena de impunidades: el de los juzgados, espacios donde priva el influyentismo político y el poder del dinero. Se preguntará usted... ¿entonces quienes saturan las cárceles mexicanas? Menesterosos culpados de delitos menores, inofensivos fumadores de marihuana, y uno que otro chivo expiatorio del sistema, elegido entre cientos de sinvergüenzas como prueba del seudo-afán depurador de un régimen caduco en proceso de extinción.

Ataques a políticos

  En esa atmósfera malsana y perniciosa no podía esperarse cosa distinta a que la delincuencia pudiese campear a sus anchas. Y así ha ocurrido: no respeta ni siquiera a ediles, candidatos y representantes populares en funciones; no se diga a la indefensa ciudadanía que no dispone de fuero y poder. Esa agresividad desbocada ya le tocó sufrirla en carne propia a un diputado local, ex aspirante al Senado de la República. El atentado, ocurrido en su casa de Papalotla en circunstancias extrañas, lo perpetró un comando armado; en la refriega resultó herido un policía y muerto uno de los ¡doce asaltantes! que, al huir con el botín, se accidentó cuando conducía a exceso de velocidad. De película. Y ahí está latente el capítulo del huachicol, un peligro atenuado en el estado que, por ahora, permanece larvado en espera de encontrar temperaturas y tiempos propicios para su desarrollo.

La violencia social

  Para poner punto final a este singular recuento de atrocidades me falta aludir a esas demostraciones de exasperación social, desbordada y violenta, que en Tlaxcala son recurrentes. Me refiero a los motines, a la retención de personas, a los zafarranchos y a los linchamientos en plazas públicas, enfrentamientos que, a falta de una política interior de inteligencia, anticipativa y de prevención, toman desprevenida a las autoridades a cuyo cargo está el mantenimiento de la paz social en la entidad. En esos actos participan colectivos enardecidos que cometen desmanes sin límite ante la pasividad confundida y perpleja de unas fuerzas del orden que no saben cómo conducirse. Es el caso de los recientes desórdenes en Ixtenco, un municipio de población mayoritariamente otomí ubicado en las faldas de la Malinche. Los hechos fueron descritos por la pluma precisa de Moisés Morales, y retratados por el oportuno lente de Jesús Lima, compañeros de El Sol de Tlaxcala.

ANTENA ESTATAL

Familia afortunada

  No parece haberse advertido, pero la posibilidad existe. A saber si se llegue a concretar pero, de ocurrir, daría a Tlaxcala la patente de un hecho insólito más. Sería, creo, algo inédito en la política de México, y probablemente en la de otros países. Eso lo confirmarán o lo corregirán historiadores que sean más acuciosos que este escriba. Al punto: al ex gobernador Mariano González Zarur se le ha mencionado como probable integrante de la lista del PRI a sus diputaciones federales plurinominales, y su hijo Mariano, hasta donde se sabe, aspira a una curul federal compitiendo en el distrito I con cabecera en Apizaco. No menciono a su hija Mariana, porque ella ya encontró cómoda ubicación como delegada federal de Sedesol de Tlaxcala. De darse esos supuestos, padre e hijo llegarían juntos a San Lázaro y hasta podrían tener asientos contiguos. Sería, por lo menos, anecdótico y muy fotografiable; lo malo es que nos daría una clase de notoriedad que no es precisamente la que nos hace falta.