• Rodolfo Moreno Cruz
No se trata de sólo una fotografía: es una letanía.

Aparecen nueve personas. Una mujer a la distancia observa con terror. Más atrás dos camarógrafos focalizan el acontecimiento. Otras personas se distribuyen en diversas posiciones. En el lado derecho de la fotografía está la escena: no pasan de los 25 años. Ella abraza con tenacidad y protección a su novio, y espera el golpe. Ni siquiera sabe que le salvará la vida. Solo actúa instintivamente con una carga de amor espontánea de protección hacia lo que se quiere. Sobre sus hombros hay sangre. Lleva a la espalda una mochila negra, que acrecenta la melancolía de la escena. Cierra los ojos, no sólo por temor, sino también como un acto reflejo de inocencia. Se cierran los ojos cuando se es infante y se piensa que al cerrarlos la violencia desaparecerá. Ella suplica, con su actitud, que acabe. El agresor viste una sudadera color dorado con el estampado del número 9, y pantalón de mezclilla.  Es delgado, pero con cuerpo de alguien que práctica un deporte. Con una mano jala el cabello de ella y con la otra golpea. Si hay alguna distribución de funciones, él tiene la más despreciable y vil: pegarles a los caídos.  Los nombres ahora ya son públicos. Las redes y los medios de comunicación se encargaron de difundir los datos. El estudiante herido se llama Joel Sebastián Meza García; el agresor Daniel Medrano Cruz y a ella solo se le ha identificado como Noami. 

La historia del porrismo está documentada en diversas fuentes; sin embargo, en un texto de Imanol Ordorika, cuyo título es “Violencia y “porrismo” en la educación superior en México”, pueden encontrase de manera muy consensada la evolución de este fenómeno. Otro texto en el cual se pueden identificar particularidades del fenómeno es un documento de Jesús  Ramírez  Cuevas,  “La UNAM,  bajo  acoso:  porros  y provocadores  se  venden  al mejor postor” publicado en Masiosare en el 2004, ahí se explica que la expresión de porro surge a propósito de la relación que guardaban los grupos de violencia ligados a los equipos de futbol americano. 

Sea como fuere, es importante reflexionar sobre este fenómeno que durante muchos años ha perjudicado a nuestra sociedad, pero fundamentalmente a nuestros jóvenes. No resulta menor que el 5 de septiembre miles de estudiantes universitarios, en una megamarcha, se hayan pronunciado en contra del porrismo. La megamarcha tiene muchos significados. Pero uno resalta en ellos: la lucha por la dignidad de la juventud.  

Efectivamente la lucha por la dignidad de la juventud es prioritario y la megamarcha de la UNAM lo ha señalado. Cuando la delincuencia, en cualquiera de sus variantes utiliza a la juventud, los cosifica. Y cosifica tanto a los agresores como a las víctimas. Los primeros los usa de herramienta y a los segundos como una especie de materia prima sobre la que hay que “trabajar”. La Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Servellón García y otro refirió la base del problema: la juventud está expuesta a abusos de la delincuencia. En México delincuencia organizada tanto extra institucional (narcotráfico) como institucional (corrupción de funcionarios públicos) usa a la juventud. Por ello, para evitar la impunidad, además de las sanciones respectivas en contra de los porros, es necesario e indispensable señalar y castigar a los autores intelectuales: ¿Quién o quiénes dieron la orden de ataque? ¿Quién o quienes subsidian este tipo de movimientos? ¿Quién o quiénes los organiza? ¿de dónde sale el dinero? ¿Quién o quiénes permitió su matriculación? ¿Quién o quiénes les han tutelado en los recintos universitarios? Estas preguntas deben responderse y estoy seguro que la megamarcha ya fue un aviso de que la juventud ya no esperará más.