• Beatriz Pagés
¿Por qué un Jefe de Estado y su gobierno pierden confianza?

Las escenas donde un asesino a sueldo dispara contra dos líderes sindicales en la Plaza de Armas de Cuernavaca, identificados como críticos del gobernador Cuauhtémoc Blanco, sintetizan el clima de violencia y confrontación que vive el país.

Ese joven de 22 años, llamado Maximiliano “N”, a quien pagaron 5 mil pesos por matar a sus víctimas, respondió a la convocatoria que se hace todos los días desde Palacio Nacional: liquidar, sin consideración alguna, a críticos y adversarios.

Fijémonos en la forma como el sicario llevó a cabo el encargo. No se escondió, no le interesó que la autoría del crimen quedara en el anonimato.

Por el contrario, lo hizo frente a las cámaras, con toda libertad, como si estuviera cumpliendo con una misión avalada por quienes le pagaron, pero también por un momento político, en que el odio y la violencia están legitimados desde el poder.

Digamos que Maximiliano sintió que las condiciones eran favorables para hacer lo que hizo y lo llevó a cabo esperando ser socialmente aclamado.

Este clima explica, en gran parte, por qué los expertos consideran que en México no hay confianza para invertir. Para los empresarios no hay señales de respeto pleno a las instituciones y al Estado de derecho.

La llamada austeridad republicana está llevando a la la economía del país a la parálisis.  Quienes están pagando las consecuencias son todos. Los enfermos de VIH Sida, los niños sin guarderías, el ama de casa, el empresario que ya no puede pagar a sus empleados, el campesino y el trabajador.

El Presidente López Obrador está atrapado en sus obsesiones, pero no está mirando lo que sucede allá abajo. ¡Qué ironía! Le está sucediendo lo mismo que a George Bush padre, el más neoliberal de todos los políticos.

El presidente norteamericano estaba seguro, en 1992, de tener la reelección en la bolsa por la agresiva política exterior que había desplegado durante su mandato.

Las encuestas lo ubicaban como el candidato más popular de todos los tiempos. Se hablaba de un 90 por ciento de aceptación, cifra que lo hacía aparecer como invencible hasta que el estratega de Bill Clinton colocó en el “cuarto de guerra” de los demócratas la razón por la cual el presidente Bush no merecía ser votado.

La frase se ha vuelto clásica: “es la economía, estúpido”. Y es que mientras el republicano se regodeaba con la Guerra del Golfo, los norteamericanos vivían cada vez peor.

Bush, como el más clásico de los neoliberales, decidió que la mejor forma de resolver la enorme deuda de guerra contraída por su gobierno era recortando el presupuesto.

La política restrictiva del sector público provocó el cierre de empresas, desempleo, baja del consumo y de inversión. El resultado fue, en suma, la parálisis de la economía.

Las consecuencias las sufrió el empresario petrolero en las urnas. Los estadounidenses prefirieron vivir mejor, a seguir siendo héroes de guerra.

En México la popularidad del presidente comienza a convertirse en decepción. Sin confianza y con muchos Maximilianos “N” en la calle, ¿qué sigue?