• Beatriz Pagés
Como resultado de un pacto de impunidad entre la pasada y la actual administración, el PRI decidió convertirse en una oposición silenciosa, inexistente y de brazos caídos ante un régimen que se ha dedicado a desmantelar el orden constitucional.

 

Un partido que fue consecuencia de una revolución social, constructor de las instituciones fundamentales de la nación, aceptó –como consecuencia de una alianza inconfesable– permanecer callado e inmóvil, frente a la evidente instauración de una autocracia en el país.

Para la sociedad resulta inexplicable y ofensiva la ausencia del PRI en un momento en que se atropellan, todos los días, desde “las mañaneras”, los derechos individuales de los mexicanos.

Cuando la “austeridad republicana” se ha utilizado como pretexto para despedir arbitrariamente a miles de trabajadores, para dejar sin hospitales y medicamentos a los mexicanos más pobres, sin guarderías y estancias infantiles a niños y madres solteras, cuando el estrangulamiento presupuestal asfixia la operación de universidades y la productividad en el campo.

Ni una sola palabra para denunciar la destrucción de la economía nacional a partir de una política económica obtusa y caprichosa, responsable de la contracción del crecimiento, de la incertidumbre y falta de confianza en la inversión.

Ni una sola voz tampoco para defender la democracia y las libertades, para poner un alto a la difamación que se hace todos los días a diestra y siniestra desde el púlpito presidencial contra quienes se atreven a ejercer la critica, o son marcados con el fierro candente del resentimiento como “adversarios”.

El PRI se vuelve tumba y tragedia al permitir complaciente que su proceso interno sea infiltrado por el gobierno.

La cultura de la complicidad con el poder ha llevado a las cúpulas del PRI ha aceptar que el presidente Andrés Manuel López Obrador imponga candidato en la dirigencia nacional cuando eso significa, simple y sencillamente, convertirlo en satélite de Morena, en títere del “Chivo”, en vasallo de un populismo destructor.

Cuando eso implica dar un tiro de gracia a un partido, de por sí desfondado y sin aceptación social. Cuando eso también convierte al Revolucionario Institucional en cómplice de un proyecto dictatorial que sigue el catecismo del chavismo y deja a los mexicanos en manos de un régimen cuya característica más distintiva ha sido burlar la ley, atropellar la división de poderes, amenazar a jueces y reformar las leyes a conveniencia.

Permanecer en el PRI significaría en este momento ser comparsa de algo que se parece cada vez más a una tiranía; de un proyecto que “gobierna” para sembrar odio y división, para imponer verdades absolutas, para castigar y vengarse de quienes hablan, escriben o piensan diferente, que goza sádicamente con enfrentar y burlarse de los mexicanos.

No, no puedo permanecer en un partido que ha decidido ser testigo mudo de la destrucción de México.