• Cutberto Luna García
Por el Placer de Servir

Hoy no quiero empezar diciendo, que me llama la atención poderosamente, el observar en cafeterías, restaurantes, parques y bueno, en cualquier lugar concurrido. A padres e hijos sin importar la edad, concentrados y metidos en sus teléfonos inteligentes o tabletas con películas, videos y memes. Lo que si les diré es que me genera tristeza ver como se pierde la comunicación, atención y afectos entre los miembros de la familia. Lo grave de esto es que para todo justificamos con… la falta de tiempo, el movimiento social, o el concepto de que el tiempo es dinero. 

La experiencia profesional, me permite decir que es simple generar o regenerar esos vínculos si existe comunicación, voluntad y respeto. ¿Cómo? Simplemente, mediante el juego, que es vital durante la infancia. Pues además de lo divertido que puede ser, nos sirve para enseñar. Y de esto, muchos se han encargado en teorizarlo. Tal es el caso de Sigmund Freud, quien refería que el juego da un lugar privilegiado para transmitir emociones. Y daba como ejemplo que frente a vivencias penosas, el niño las reproducía en el juego, para dominarlas psíquicamente y salvar sus temores o miedos. Paolicchi afirma que para el niño el juego era la vida misma. Pues a través de este, construye su estructura psíquica, canaliza deseos y necesidades, se interrelaciona con otros, explora su alrededor y con ello puede resolver las dificultades que se le presentan. Beatriz Janín, dice que para que una acción tenga carácter de juego debe estar ligada al placer. Como ejemplo recordemos la canción de…  ¿Lobo estás ahí? Que durante el transcurso del juego busca reafirmar su fortaleza y crea un mundo placentero para el infante. Citar a otros especialistas, solo implica reafirmar que jugar ofrece la posibilidad de desarrollar la creatividad y la auto protección a preocupaciones o temores de su inconsciencia.

Hoy día, es común observar que los niños (género), ya no cuentan con el espacio ni el tiempo para desarrollar juegos e interactuar con otros menores. Recuerdo en mi niñez, que a falta de canchas, teníamos la calle. Pero por la falta de confianza y la inseguridad que priva, ya no es posible. Esto limita la vivenciación de aprendizajes a partir de la actividad lúdica, que en esta etapa desarrollo infantil, es vital.

Es de entenderse y se entiende que como adultos enfrentamos mil y un problemas. Circunstancias que compartimos indirectamente y hacen suya los infantes, al observar a los adultos y sus actitudes. Y todo por ser producto de una sociedad de consumo. Al darle a nuestra vida cotidiana ese enfoque de carencia de casas, viajes, mejor comida, autos y lujos impagables. Lo que repercute en la conducta y desempeño escolar o familiar de los chicos. Para terminar frente a un especialista que justifica el problema como de origen biológico. En lugar de darle prioridad a las necesidades del menor, o de observar el medio familiar, social y cultural que los rodea. Y los etiquetan con diagnósticos con nombres rimbombantes como el de T.D.A. (Trastorno por Déficit de Atención).

Pero desde mi humilde perspectiva, el menor que habla mucho en clase, que no siempre acata las disposiciones de los adultos, que no puede estar quieto, que se rebela, que se mueve mucho, que se muestra ansioso o todo junto. Reitero, para mí, no requiere generalmente ser medicado por especialistas de las neurociencias. ¡No! Para mí, lo que se tiene que hacer es atender con prontitud y amor. el sufrimiento, la soledad, la falta de atención y el tiempo que requiere nuestro hijo (género). Y esto lo reduciré a tres simples palabras. ¡JUGAR CON ÉL! Y esto es por salud, no solo mental.

Es bueno que regularmente nuestra sociedad y familia exija a nuestros niños, un desempeño superior a lo que son sus posibilidades. Para ello tenemos frases que han pasado de generación en generación, dichas por padres, madres y docentes. Pero que sirven de estímulo pues significan el deseo y más cercano al agobio por la obligación. Sin embargo, por qué olvidamos lo importante que es no diferenciar a los niños de los adultos. Y aplicamos el que padres e hijos estemos juntos y a la par. Con nuestras limitaciones, errores, triunfos y éxitos. 

Recordemos que si no tenemos tiempo, tampoco hay juegos. Pero… ¿Y eso a dónde nos lleva y más a los infantes? Reconozcamos el valor del juego y las posibilidades benéficas que implica para nuestros hijos y su futuro. Consideremos esta “nueva” mecánica para transformar nuestro contexto social. Y respetando el ritmo que establece cada niño en su proceso del desarrollo infantil. 
Recordemos que todos los niños tienen Derecho a jugar, a ser escuchados y a ser inmensamente felices. Porque eso es Dar de Sí, antes de pensar en Sí.
[email protected]