• Cutberto Luna García
Por el Placer de Servir

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Todo hace indicar que mi interés por la familia y sus miembros, va en aumento, pues desde mi peculiar y quizá para algunos, limitada visión. Se le ha relegado, restado importancia y valor a sus principios. La razón puede ser generada por distintos factores, pero para mí el principal es la rapidez con la que nuestro mundo vive, conjugado con el ansia de tener “todo” lo material en nuestras manos. Generado lo reitero y subrayo, por la competencia que se genera entre los miembros de la sociedad y la familia, impulsada por la mercadotecnia de los grandes consorcios comerciales.

Y abundo, cómo no serlo si observamos en la mayoría de los conglomerados humanos que se compite por todo y contra todos: por los negocios, la política, el prestigio familiar y profesional. El estatus de la escuela de nuestros hijos, las calificaciones (otra vez). La belleza, voluptuosidad y popularidad de los jóvenes. Los alimentos y los servicios que disfrutamos. Nuestros empleos y su remuneración. Eso es en lo micro, pero… ¿Y en lo macro? Observamos grandes competencias entre países y organizaciones, bloques geopolíticos con sus mercados y productos, recursos financieros y energía. Y podría seguir, pero me abstendré pues la lucha es cruenta y muy notoria.

Lamentablemente, esa competencia pretende el control, poder, fama, supremacía, prestigio y sobre todo riqueza económica. Olvidando lo que en mi época de niño era una competencia “sana” entre nuestros padres para ver quién tenía nuestro cariño, respeto y amor. Y luchaban ofreciéndonos lo que nos convirtió en hombres y mujeres de bien, que no es otra cosa que saber compartir y enseñar lo que es justicia social, amor, educación, salud, tranquilidad, estabilidad y paz. 

Sin embargo, al vivir hoy en un mundo globalizado en el que la constante como producto y factor social, es la competencia. Esta se traslapa al seno de nuestro hogar, en donde observamos que las cabezas de familia encargadas de realizar las actividades propias que buscan generar recursos económicos producto de su labor o profesión, accionan de dos maneras. La primera de ellas, que es aquella en la que ambos luchan por hacer las cosas mejor, aportar más comunicación, amor, consideración y respeto a la relación, que es una actitud indiscutiblemente beneficiosa para la familia porque la fortalece y permite hacer su vida más sólida, agradable, edificante y sobre todo feliz. 

Pero hay una segunda, la cual es más preocupante porque se está convirtiendo en común. Pues se presenta cuando por un egoísmo absurdo y fuera de lugar, se compite entre los miembros de la propia familia y no sólo en lo profesional, sino por un liderazgo mal entendido que representa la autoridad, aprecio y atención de los hijos a favor de uno y en detrimento del otro. Aunque en la realidad ambos padres pierdan y los únicos ganadores por ventajosos, sean los hijos al recibir más de lo que pudieran recibir y merecer en lo material. De esta última lucha, puede llegar a no tenerse límites, si no se detecta y reivindica a tiempo, pues se lastima y afectan los cimientos de la pareja y por ende de la familia. Que implicará la destrucción lenta y constante de ese núcleo social.

Es por ello que me permitiré sugerirles, aplicar diariamente la máxima en pareja: Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección. Y así disfrutar de la única competencia justificable que puede haber entre los miembros de la familia, consistente en orientar y aportar lo mejor de cada uno. Para con ello fortalecer su relación y su permanencia. Pues ello les permitirá reconocer en su pareja, lo bueno, constructivo y benéfico para el hogar. Así como también aceptar los desaciertos o errores que puedan cometer. Y así poderlos enmendar juntos para beneficio de la propia familia. A partir de valores, principios y buena fe de la pareja. Logrando con ello educar hombres y mujeres tendientes a la virtud.

Permítanme invitarles a formar un verdadero equipo de familia, en la que la única competencia no sea demostrar quién es mejor profesionista, o líder del hogar, o en la aportación de recursos económicos. Eso simplemente no es amor. Más bien es una muestra contraria a la comunicación, unión, respeto, solidaridad, participación y sobre todo buen ejemplo para la generación que le estamos engendrando a la sociedad. Misma que nos exige darle elementos confiables que le permitan continuar evolucionando hacia un futuro venturoso. 

Recordemos que es vital invertir tiempo, amor, comunicación, dedicación, esfuerzo, sacrificio, trabajo y recursos de la índole que sea, para construir lo que seguro será un emporio llamado hogar y familia. Para con ello combatir a toda costa la educación de gente egoísta, narcisista y ajenos a la sociedad que a diario con tristeza vemos hoy por la calle.