• Cutberto Luna García

Hace días por casualidad, tuve la oportunidad de escuchar una interesante batalla verbal, entre un niño de no más de ocho años y su señora madre. Cuyo tema de discusión era… “la tarea”. En obvio de razones, la mamá exigía arteramente a su vástago, se sentara a hacer la tarea sin dilación alguna y que la terminara pronto y bien hecha. Mientras que por su parte el hijo, al inicio entre risa, juego y demostración de control. La ignoraba y seguía en su actividad lúdica (jugar con el celular de la propia señora). 

Esto me llevó a recordar mis días de padres primerizos, cuando posterior a una interesante conversación con un amigo nos sugería aspectos elementales para la educación de nuestro hijo.
 Tales como el baño, la comida, la educación y otros tópicos. Nos pusimos a platicar mi compañera de vida y yo, y determinamos lo que para nosotros y nuestro hijo era lo más conveniente. 

Circunstancia que hasta hoy, no nos permite arrepentirnos al haberles educado de esa forma. Lo que nos ha ahorrado algunos pleitos, dramas y berrinches como el descrito al inicio. 

Sabemos o al menos sé que estudiar no es algo divertido, y muchas veces nada emocionante. Y si por el contrario, se convierte muchas veces en un martirio. Por ello considero que lo primero que hay que entender es, que nuestra función no es la de un maestro con su alumno. Sino la de un padre que apoya a su hijo, que no le hace la tarea para que saque 10 o deje de estresarse en tan “complicada labor”. Y que son los menores los que deben asumir tal responsabilidad y compromiso. En tal razón, lo que nos corresponde a los adultos es generar un ambiente interesante y atractivo. Pues este trabajo implica un esfuerzo que demandará tiempo y concentración para los infantes. Y cuyo objetivo es únicamente reforzar el aprendizaje escolar.

El siguiente paso según yo, es identificar la materia acerca de la que harán la tarea, pues se supone en clase fue explicado por su docente. Y solo servirá de apoyo para reforzar lo aprendido en el aula. Pues no es lo mismo realizar tres operaciones algebraicas, que leer veinte páginas y obtener un resumen. O hacer un volcán con mucha plastilina y ponerle alguna pastilla efervescente por decir algo. Cada área tiene sus propias características y particularidades. Y para ello tenemos que preparar a nuestros hijos.

Algún especialista en el rubro de la educación sugería que, así como la escuela tiene horarios, en casa también deberíamos fijarlos, por ejemplo, una hora para estudiar y diez minutos para descansar, etcétera. Sin embargo, para mi esa no es la clave. Lo que ha sido funcional en mi hogar, es concientizar para responsabilizar a nuestros hijos para su vida futura. Y no me refiero al momento en que serán padres o abuelos, empleadores o empresarios. Sino cuando lleguen a la secundaria, preparatoria o universidad, donde escapará a nuestras posibilidades el estar al pendiente de sus tareas, de que se tapen, que no se desvelen, que coman a sus horas o se estresen porque les dejan mucha tarea. 

Lo vital es que asuman sus propios compromisos y las consecuencias de hacerlas bien, regular o mal. Al final de cuentas, la evaluación cuantitativa o cualitativa que les otorguen en la escuela, siempre será subjetiva y no repercutirá en su desenvolvimiento personal, profesional o incluso familiar. La calificación real se las dará la vida, su circunstancia y su desenvolvimiento que implica responsabilidad, lealtad y desempeño. Y en esos casos no serán 10 u 8 o 3 el valor. Ahí aplicará lo que ellos y sólo ellos hagan frente a la vida.

Pero bueno, basta de pensar en la vida futura y mejor concretémonos al presente como en innumerables ocasiones he referido. Y pensemos en apoyar las condiciones en donde tengan que hacer su tarea nuestros hijos. Ofreciéndoles un hogar estable, con un espacio acogedor, iluminado y aseado en el que puedan sentarse a estudiar. Lo que les fomentará el hábito del orden, la responsabilidad y el compromiso con todo lo que hagan. Incluyendo la tarea. 

Algo que acontece con regularidad y que por ser padres omitimos en el hogar, es predicar con el ejemplo. Craso error, pues les pedimos a nuestros hijos que lean, pero… nosotros no leemos. Que estudien y… a nosotros se nos olvida seguir preparándonos en nuestra actividad profesional. Y peor aún. Que cumplan con su tarea o función, pero tristemente los adultos olvidamos, omitimos, dejamos de hacer o de cumplir con lo que nos corresponde. 

Creamos en nuestros hijos, démosles confianza y permitámosles demostrarnos que pueden ser suficientes. No siempre estaremos a su lado aunque quisiéramos. Ellos pueden y nosotros también.
 

No regalos es su trabajo