• M.C.S Elsa Martínez Flores
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Desde que el presidente de la República en ese entonces electo, Andrés Manuel López Obrador anunció que despediría a cerca de 8 mil funcionarios públicos de diversas dependencias federales, en cuanto tomara posesión, la gente comenzó a prestar atención a un sector que, aparentemente gozaba de prebendas, y que cobraba excelentes sueldos sin “trabajar mucho”.  

Gracias a las diversas declaraciones de López Obrador, no sólo se observó a la federación, también a las dependencias estatales y presidencias municipales, se cuestionó más el trabajo y sueldo del personal administrativo y sustantivo. Sin embargo, quienes sufrieron un primer recorte fueron las personas con plazas federales. 

En 2019, muchos funcionarios y no precisamente de primer nivel fueron despedidos, sufriendo vejaciones en la entrega de su plaza, notas periodísticas dieron cuenta de historias de padres y madres de familia desempleados y de sus apuraciones porque de la noche a la mañana ya no tenían empleo.  

Ahora el funcionario público de cualquier nivel de gobierno es visto de otra forma, para muchos “sí desquita” su salario mientras que, para otros, este tipo de trabajadores son privilegiados y gozan de diversas prestaciones que muchos ya quisieran. 

La realidad es que, ellos al igual que todos los que conformamos la sociedad mexicana, son gente que tiene una necesidad, personas trabajadoras que realizan guardias, que resuelven cosas, que se quedan en la oficina tiempos extra y en muchas ocasiones sin cobrar de más, personas que no conviven con su familia tanto como ellos quisieran, que soportan exigencias absurdas de sus jefes porque tienen un hijo o hija que mantener y por ellos mismos ya que gracias a ese salario compran su alimento diario.  

El funcionario público no es como lo pintan en programas de comedia que mal atiende a las personas con sus trámites (aunque hay que reconocer que ese comportamiento lo tuvieron en décadas anteriores), ahora sonríen y son amables cuando la procesión la llevan por dentro. 

Existen diversas plazas administrativas y sustantivas, muchos niveles, gente que gana bien y otros demasiado, y muchos que francamente exageran con un salario que no representa la función que realiza pero que, gracias al “padrinazgo” de alguien tiene el “privilegio” de darse “la gran vida” y es por esa clase de personas que a los demás se les ha creado una mala imagen y fama.  

No solo el presidente de la República debe re valorar a los funcionarios públicos, sino que todos los jefes quienes tienen a cargo a este tipo de trabajadores, deberían compensados en su justa medida, más a los intermedios, y dejar de crear plazas sin justificación con salarios exorbitantes y que sólo han formado una mala reputación para los demás trabajadores, el funcionario público sale del pueblo y si bien es cierto que muchas veces olvidan eso y gastan más de lo que tienen, con pretensiones de adquirir una posición ficticia ante su círculo social, la realidad es que la mayoría de ellos no son valorados en su labor diaria ya que  por estas personas funciona el engranaje de cualquier nivel de gobierno.