• Cristal Corona Sánchez
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Esta semana conocí a un grupo de jóvenes que me llamó la atención, me llamó la atención por ser un grupo, por sus ideas y forma de expresión. Posteriormente tuve la oportunidad de conocerlos mejor y en el proceso reconocer que a pesar de que muchos adultos pensamos en cierto momento que las generaciones que vienen atrás son peores por el tipo de educación, los conceptos mercantilistas de la sociedad, la pseudomúsica de moda, el fácil acceso al alcohol y a las drogas y el poco compromiso social que muestran algunos, hay otros que tienen el deseo de superar eso y más.

Al hablar con ellos vi como el potencial e inteligencia de muchos se encuentra en un estado de espera, en el que buscan un detonante que les dé un proyecto de vida, algo que los invite a hacer realidad sus sueños, algo que los motive a trascender en la vida.

Cuando somos niños nos imaginamos de tal o cual forma y cuando nos preguntan ¿qué quieres ser de grande?, contestamos en esa ingenuidad lo que pensamos, sin importar lo imposible que pudiera ser, así que yo contestaba que astronauta. Con el paso del tiempo optamos por caminos posibles para nuestra ocupación de vida, y se nos olvidan nuestros sueños infantiles, hasta casi nulificarlos.

En el camino, la sistematización escolar y el entorno poco favorable, frena la imaginación y el pensamiento crítico se dificulta, a veces esto disminuye la habilidad de razonamiento sobre las cosas, y generalmente los que sobreviven a esto surgen como irreverentes personajes que son mostrados como rebeldes a lo establecido. Un joven que se precie de razonar sobre la sociedad simplemente ha logrado superar ese proceso y buscará seguir su propio camino, y es ahí en donde se tiene que actuar, motivando, apoyando, guiando, a que cada uno pueda encontrar su motivo de trascendencia, a lograr que esos sueños se posibiliten, a no permitir que si alguien les dice “no se puede”, no se conformen, sino que se busque la forma de que se pueda.

Hace unos años, siendo aún joven, algunas personas me veían con incredulidad cuando les mostraba algún proyecto que parecía imposible, me decían que no me iban a dejar, que eso era un sueño; afortunadamente no dejé que esos comentarios frenaran el proyecto y hoy es una incipiente realidad. Necesitamos menos adultos que frenen a los jóvenes y más que les ayuden a seguir con esos proyectos, de orientarlos con la experiencia para posibilitarlos y no de desmotivarlos y empujarlos a un trabajo u ocupación que no disfruten y los haga infelices. Pensemos que los jóvenes no son el futuro, hoy ya son el presente.