• Roberto Rock
El olfato de López Obrador lo llevó anoche a no apresurarse a felicitar a Biden

La biografía del presidente López Obrador está salpicada de momentos difíciles en los que se refugia en su entorno natal, en particular el rancho familiar en Palenque, para tomar decisiones. Más allá de la versión oficial, ayer ocurrió uno de esos retiros, ante el triunfo de Joe Biden como próximo presidente de Estados Unidos.

 

 

Esto no sólo traerá un cambio profundo en Washington. Es probable que veamos un nuevo diseño de objetivos en la 4T, una reorientación del gobierno y, sin duda, ajustes en el gabinete. En ese contexto, nadie debe sorprenderse de que el olfato político de López Obrador lo haya llevado anoche a no apresurarse a felicitar a Biden. Y con un panorama tan volátil allá, no había prisa para las cortesías, menos para las cortesanías.

 

 

La triada de demonios que acompañan a López Obrador en su visión de país, aquí se ha dicho, está formada por los riesgos de una crisis desbordada con Estados Unidos, con los militares o con los dueños del dinero. Hoy los tres frentes se hallan abiertos. Pero frente a la emergencia sanitaria y económica, un sacudimiento en las reglas del juego con el poder estadounidense encuentra a México particularmente vulnerable.

 

 

Quizá sin entenderlo, presa de un nacionalismo aldeano, Trump desmanteló las estructuras gubernamentales que, en la diplomacia, el comercio, la seguridad global, el medio ambiente, la energía y la inteligencia, ejercieron por décadas un modelo de presión asimétrica ante sus aliados y, en particular, sobre su vecino del sur. La administración López Obrador caminó, en los hechos, en una vereda paralela.

 

 

Eso trajo dos gobiernos gemelos, ensimismados, que entendían al mundo mirándose el ombligo. “Hermanos de diferente madre”, escribió ayer en un claridoso artículo Jeffrey Davidow, cuya trayectoria profesional, incluido su paso por la embajada norteamericana aquí (1988-2002), lo convierte en uno de los mayores expertos en la relación binacional.

 

 

Puede adelantarse que el gabinete de Biden hará parecer colegio de párvulos a buena parte del gabinete de López Obrador, delineado en buena medida bajo una lógica que desdeñó la experiencia profesional para privilegiar la lealtad y la camaradería. Muchos en ese equipo creen hacer la revolución desde sus mansiones y sus negocios.

 

 

El mayor desafío reposará sin duda sobre la cancillería, a cargo de Marcelo Ebrard, uno de los principales operadores de López Obrador. Ebrard logró, no sin problemas, catalizar el ánimo mercurial de la administración Trump, y ahora deberá recibir la encomienda de lograr un giro con Biden pisando terreno resbaloso.  

 

 

El campo de los demócratas le es cercano al titular de Relaciones Exteriores, que una vez, como jefe del gobierno capitalino, entró al comedero político “The Palm” del brazo de Bill Clinton, además de tener una larga amistad con líderes hispanos como los californianos Antonio Villaraigosa, ex alcalde de Los Ángeles, o Xavier Becerra, exdiputado y desde 2017 fiscal general en California, ambos con perfil para estar en el equipo Biden.

 

 

Esta coyuntura obligará a definir la notoria anomalía que supone que la embajadora en Washington, Martha Bárcenas, pretenda construir una línea de reporte directa con el Presidente para ignorar a su jefe, el canciller Ebrard, y que éste deba desarrollar rutas alternas para conducir la relación diplomática más importante que tenga México en el mundo, que tiene un impacto transversal en todos los ámbitos del país.

 

 

El desafío para el conjunto de la 4T será construir, con rapidez y eficacia, una agenda de trabajo común con el gobierno Biden. Pero el trayecto no será fácil ni indoloro. ([email protected]).