• José Martínez M.
Contracolumna

 

· EN RECUERDO DE CARLOS MONTEMAYOR

 

Convocados por René Avilés Fabila sus amigos solíamos reunirnos dos tres veces al año en la sede de su fundación en la colonia Narvarte. Exactamente a mitad de noviembre, durante muchos años, nos juntábamos para festejar a nuestro entrañable Capitán Lujuria. Treinta, cuarenta, cincuenta, siempre éramos los mismos, excepto cuando algún personaje de la vida pública, ocasionalmente un político, solicitaba reunirse con el grupo. A los invitados los escuchábamos y los cuestionábamos con respeto. Hasta ahí. Jamás contaminamos nuestras convivencias con estupideces políticas ni actuamos como rebaño. Éramos un grupo muy unido y muy combativo, cada cual en el que campo en que se desenvolvía. Todos, digamos la gran mayoría, asumíamos por nuestra cuenta y riesgo, en las respectivas trincheras periodísticas, los puntos de vista de cada quien. Muchos coincidíamos en la revista El Buho. Escritores, periodistas, pintores, escultores, músicos, cantantes. Famosos y otros no tan famosos.

Cuando el escritor Carlos Montemayor se integraba al grupo, René ordenaba a quien le abriera las puertas que de inmediato le confiscaran la guitarra porque el autor de Guerra en el Paraíso tan pronto se apoderaba del escenario se ponía a cantar y ya nadie lo paraba. “Escóndale la guitarra porque si no éste cabrón ya no nos va a dejar hablar”, decía René con sarcasmo juguetón.

En esos encuentros, muchos solíamos acudir con nuestras respectivas parejas. Montemayor solía llegar, casi siempre, acompañado de su mujer, Susana de la Garza.

Simpatizante del EZLN y estudioso de los movimientos sociales, en especial la guerrilla, Montemayor –quien fuera miembro de la Academia Mexicana de la Lengua– fue un estupendo tenor. Su paisano Roberto Bañuelas, también miembro del grupo de amigos de René, fue uno de sus maestros que lo acompañó en sus primeros pasos como cantante de ópera.

Poeta, escritor, activista, defensor de indígenas Montemayor quien tenía un humor especial para criticar la política, contaba la anécdota de cómo había quedado impactado con la opera prima de Woody Allen titulada “Toma el dinero y corre”, que se filmó en San Francisco a finales de la pasada década de los sesentas en el que el cineasta retrata la vida de un incorregible criminal que es dominado por la neurosis, y que pese a su torpeza es un experto en atracos y fugas espectaculares.

Montemayor acostumbraba utilizar una escena de la mencionada película para explicar la situación social y política de nuestro país. De acuerdo al escritor, los mexicanos somos como los clientes de un banco que se ven envueltos en un ejercicio democrático para determinar a cuál de las bandas criminales que coincidieron en el lugar debe asaltarlos.

Al pueblo, decía Montemayor, a propósito de las elecciones y sus candidatos, le toca decidir qué grupo de ladrones, qué grupo de políticos quieren que les robe sus derechos y pertenencias.

Pues en esas estamos.

Cuánta razón tenía el entrañable Carlos Montemayor. Morena es una pandilla de bribones que se están encargando de destruir el país y de paso enriqueciéndose sin ningún pudor. Como en la película de Woody Allen en las pasadas elecciones una mayoría

escogió a Obrador y su pandilla para robarles sus derechos y pertenencias al asumir el poder como un verdadero botín político.

Lo malo es que Obrador insiste en erigirse en el “guardián” electoral. En otras palabras, ostentarse como el dueño del banco para luego perpetrar un auto-robo.

Las elecciones de junio próximo van a pasar a la historia como una de las más caras. Tan sólo para este año electoral el INE y los partidos disponen de un presupuesto de más de 20 mil millones de pesos.

Aún no se celebran los comicios y ya hemos atestiguado que las campañas de los candidatos son un auténtico botín. Tan sólo un candidato del partido de La Maestra espera “chingarse” 25 millones de pesos del dinero que recibirá para el manejo de su campaña.

Del dinero del INE la mayor tajada del presupuesto para las campañas corresponde a los candidatos de Morena. Por ejemplo, en el caso de Tlaxcala la candidata de Morena, Lorena Cuéllar quien antes de lanzarse como aspirante a la gubernatura manejó más de 10 mil millones de pesos como súper delegada para “obras sociales”.

Las “obras sociales” –por llamar de una manera amable a la corrupción obradorista– fueron para corromper a jóvenes y familias completas con dádivas disfrazadas de becas y “ayudas” por el gobierno federal.

Lorena Cuéllar hizo un manejo turbio de esos recursos, incluso fue señalada de incurrir en irregularidades que fueron denunciadas ante la Secretaría de la Función Pública y la Auditoría Superior de la Federación.

Cuéllar quien lleva el signo de la corrupción en la frente dispone de un presupuesto cercano a los 8 millones de pesos para su campaña por la gubernatura. Eso significa que dispone de más de 120 mil pesos diarios para las 60 jornadas que durarán las campañas.

Esto es apenas una muestra de la enorme corrupción y dispendio de los candidatos de Morena a cargos de elección popular.

Al pueblo, decía Montemayor, le toca decidir qué grupo de ladrones, qué grupo de políticos quieren que les robe sus derechos y pertenencias.

Dice Obrador: “En Morena no somos iguales”.

¡Claro, son peores!