• Roberto Rock
La fortaleza de la vena popular del Presidente y el enigma de qué pasará cuando deje el poder

Las escenas de un Andrés Manuel López Obrador colocado por el maremágnum en un pedestal donde le rindió culto y al mismo tiempo lo secuestró por horas sin permitirle apenas caminar, refleja la fortaleza de la vena popular del tabasqueño –quizá sin precedente en la historia moderna del país–, pero también amplía el enigma sobre qué ocurrirá en 22 meses cuando el ahora Presidente deje el poder en un país ganado por paranoias de diversa naturaleza.

Una revisión inicial de los reclamos que se expresaron durante el desfile de seguidores de AMLO –muchos acarreados, sí; muchos otros, por convicción propia–, arroja una inquietante coincidencia en la condena a supuestos o reales “traidores”, sea a la causa de la autodenominada cuarta transformación, sea a la nación dibujada por el mandatario, donde según se nos ofrece, desparecerá la corrupción y reinarán la prosperidad, la equidad y una nueva hermandad.

El escupitajo al rostro del canciller Marcelo Ebrard o la manta pidiendo la remoción de Ricardo Monreal como líder de Morena en el Senado fueron muestra ayer durante la concentración por AMLO de cómo se ha ido construyendo, a ciencia y paciencia de Palacio, la narrativa contra los “traidores”. Una aversión empaquetada con los “conservadores”, los “empresarios no nacionalistas” o los “periodistas” –salvo los que figuran en la nómina de las mañaneras–.

Desde sus remotos años como dirigente del Partido de la Revolución Democrática, a mediados de los noventa, López Obrador entendió que el impacto de su retórica requería argumentos básicos, sin compromisos concretos. Comprendió que la desigualdad del país –más el racismo y el clasismo, es verdad– acumuló resentimientos por décadas. Su proeza política fue colocarse como voz de aquella mitad de la población que sobrevive bajo condiciones de miseria, y mostrar a los presuntos culpables de su condición.

 

Las proclamas animadas en favor de que López Obrador se reelija, y la negativa de éste –por otro lado, sin alternativa constitucional alguna– fortalecerán los espacios de discusión pública sobre la eventualidad de un movimiento “lopezobradorista”, cuyo mando se le asignaría al propio mandatario actual, lo que supone un delirio, aun y cuando el actor principal de nuestros tiempos abrigara calladamente ese apetito y olvidara su compromiso de retirarse a su rancho en Chiapas al final del actual gobierno.

Parece remoto que la sucesión presidencial nos traiga un personaje, hombre o mujer, que acepte una suerte de maximato de López Obrador, aun si fuera el caso de Claudia Sheinbaum o de Adán Augusto López. Y ni hablar de un escenario en el que la lista se resuelva en favor del propio Ebrard, de Monreal –tras una todavía hipotética ruptura–, o de alguna figura actualmente en la oposición.

La misma lógica de verdades simples y contundentes de AMLO se refleja ya en amplias regiones del país, y no solo en aquellas del sur y sureste marginadas desde siempre, sino en otras muchas donde han prendido la popularidad del mandatario y la eficacia de su brazo electoral, Morena. En esa canasta de agravios está también depositado el hartazgo por una clase política depredadora, incompetente, insensible y radicada en la capital del país –no muchos registran que en el gobierno AMLO la centralización del poder retomó niveles no conocidos desde los años setenta, hace medio siglo–.

En este contexto, no debe extrañar la simpatía de López Obrador hacia Donald Trump, el ultraconservador expresidente estadounidense, que también puso frente a los ojos de un sector irritado de su país a los “culpables” de sus males, fuere el desempleo, los inmigrantes, la pérdida de valores, las comunidades homosexuales e, incluso, el tráfico de niños para explotación sexual.

En los meses posteriores a la elección presidencial de noviembre de 2020, que sepultó la ambición de Trump para un segundo término, se dio por hecho que este magnate carismático dominaría al Partido Republicano donde sea que estuviere, y se reelegiría en 2024. La realidad camina ya en otro sentido.

Lo que ha ocurrido es la emergencia de los movimientos nacionalistas y ultraconservadores que se expresan por toda la Unión Americana con una diversidad de liderazgos que nutren una agenda más o menos común, todos en contra de lo que llaman “liberales”, a los que acusan de los males enlistados arriba, y muchos otros.

Desde el ala republicana misma han surgido nuevas figuras que disputan desde ahora a Trump espacios políticos y mediáticos. Trump mismo luce disminuido pues los candidatos que apoyó en los comicios intermedios para el Congreso y en algunos estados no solo no ganaron, sino que fueron derrotados en las urnas. El polémico empresario deberá atender también alegatos judiciales, lo que incluye desde denuncias fiscales hasta acusaciones por violación. Su carácter de político “teflón”, al que no alcanzaban las crisis, parece diluirse.

¿Habrá un “lopezobradorismo” sin AMLO después de que éste concluya su presidencia? ¿Cuál será su derrotero personal, político, incluso ante la ley? ¿Qué ocurrirá con las expresiones “4T”, en particular las más radicales?  ¿Agudizarán su rol y su capacidad de confrontación, o se desvanecerán progresivamente?

En contraste, ¿qué ocurrirá con los grupos que se le oponen a AMLO, cada vez más exacerbados según se acerca el 2024? ¿Conquistarán mayor arraigo social, mejor convocatoria? ¿Hasta dónde llegará la resistencia contra AMLO? 

En suma, ¿qué ocurrirá con la grieta en la que estamos hundidos como país?

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