Desde tiempos inmemoriales, la violencia ejercida contra las mujeres ha sido una práctica reiterada, que persiste hasta hoy en día en todas las civilizaciones del orbe, tanto orientales como occidentales, aunque con considerables variaciones cuantitativas, es algo que se presenta en todas las culturas.
El fenómeno tiene sus orígenes en la supremacía del hombre sobre la mujer, ya sea por condición física o social, a través de la historia, se puede documentar que el dominio del hombre sobre la mujer, aunque se ha ido transformando, todavía persiste y a pesar de que en algunas culturas o países ha ido a la baja, es alarmante que en nuestro país vaya a la alza.
En México, hay una gran brecha para lograr erradicar estas prácticas injustas, que sobajan la condición de la persona en razón de su sexo. Las circunstancias en las que vivimos, son caldo de cultivo para el crecimiento y la tolerancia de la violencia contra las mujeres, porque todavía persiste una sociedad machista, que es aquella en que prevalece la hegemonía del hombre con la complacencia consciente o inconsciente de las mujeres.
La violencia contra la mujer es ya un gran problema de salud -física y mental-, además de social, puesto que hay un número muy alto de mujeres que han sufrido y sufren violencia en su contra, violencia que puede llegar hasta el asesinato, sin que haya aun una ley que se lleve a la práctica para castigar y evitar este delito, e incluso en algunos códigos estatales, matar a una mujer por cuestiones de honor no es delito.
Aunque, además de leyes, necesitamos una transformación profunda desde los hogares y del sistema político para poder contar con recursos económicos, sociales y de educación que impulsen mejores formas de relacionarnos. En lo que concierne a lo económico, con movilidad económica y por lo tanto social, bajaría la tensión emocional que conlleva la pobreza y que propicia las disfunciones en las relaciones interpersonales.
En lo social, impulsando relaciones más equilibradas no sólo entre sexos, sino entre todas las personas, en esta parte, entraría la necesidad de hacer modificaciones de las prácticas judiciales que se llevan a cabo, cuando ocurre la violencia hacia las mujeres, ya que es un verdadero calvario para la mujer violentada tratar de hacer una denuncia, además de que dado el sistema tan burocrático y de corrupción que priva en estas dependencias, es poco probable que la denuncia llegue a un término satisfactorio.
También hay mucha resistencia a la denuncia por parte de las mujeres, por la falta de preparación de los prestadores de servicios en este rubro, que con sus conductas poco éticas, infligen una nueva forma de violencia a las mujeres.
Y por último en lo educativo se hace inminente, impulsar una gran reestructuración tanto en los hogares como en la escuela para llevar a la práctica relaciones más equitativas entre hombres y mujeres.
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