• Ángelo Gutiérrez Hernández
Víctimas y victimarios, así están los trabajadores del volante del transporte público de nuestra entidad, quienes se encuentran atrapados entre la voraz posición de los dueños de los medios de producción, en este caso las unidades vehiculares y las autoridades gubernamentales.

 

Muchos, la gran mayoría de los trabajadores del volante, como así se les conoce, son presas de la necesidad de empleo. Sin seguridad social ni prestaciones, trabajan en condiciones adversas, consideradas de sobre explotación y además, con la exigencia de una cuenta –de parte de los patrones- que los expone a arriesgar la vida propia, la de los pasajeros y de los transeúntes.

Es común leer y escuchar en los medios de comunicación un sinfín de responsivas en contra de estos trabajadores, sin embargo, pocos saben de las condiciones en las que laboran con la displicencia mirada de las autoridades estatales y federales.

Ellos trabajan frente al volante desde antes de que amanece y muchos después que oscurece. Son alrededor de 14 horas de laborar, a pesar de que la Ley Federal del Trabajo establece una jornada con una duración mucho menor.

Sin días fijos de descanso, pues éste no es remunerado por el patrón, ya que quien descansa no gana, ellos no tienen un horario para desayunar y comer, tampoco para descansar en la jornada.
Todo porque deben laborar sin parar a fin de obtener los recursos necesarios, en primera instancia, para asegurar el pago de la “cuenta” o “cuota mínima” al patrón, las cuales van desde los 700 pesos a los mil 700, dependiendo la ruta y tipo de transporte, así como los insumos de la unidad y ya si quedan algunos pesos, éstos son su remuneración.

Tampoco cuenta con seguro de vida y si enferman, lo cual es común, no hay servicios médicos ni cobertura de gastos, mucho menos, derecho a una pensión, muchas de las veces, quedan en desamparo, porque la mayoría de los choferes, por el devenir de su actividad, padecen alguna enfermedad.

De acuerdo con datos oficiales, cerca de 80 por ciento de los trabajadores del volante padecen enfermedades crónicas derivadas del estrés por lidiar con el tránsito durante horas interminables, además del maltrato que sufren frecuentemente debido a los problemas estructurales del servicio, que irritan a los pasajeros.

Las empresas o dueños de las unidades no realizan regularmente los exámenes médicos estipulados en el convenio, ni respetan la reglamentación en cuanto a jornada laboral y descansos, también niegan a los choferes cambios de tareas a pesar de las dolencias de éstos.

Por ello, gran cantidad de los trabajadores del volante viven en un constante estrés, ya que es considerado el oficio con mayor cantidad de muertos por infartos, amén de que 24 por ciento de estos trabajadores sufre de hipertensión arterial, así como otras enfermedades cardiovasculares, sin mencionar los que sufren diabetes, problemas cervicales, además de hernias de disco desde edades tempranas.

Aunado a ello, a decir de los propios choferes y de los propietarios de las unidades, en los últimos meses éstos se han convertido en el blanco de agresiones y robos de parte del hampa.
Dicho por las agrupaciones de transportistas, todos los días sufren de robos, incluidas las unidades y muestra de ello, fue lo ocurrido la semana pasada, a escasos metros de la Casa de Gobierno, en la capital del estado, un chofer fue cegado de la vida, dejando en la orfandad y en el desamparo, a dos menores.

Es muy fácil criticar y responsabilizar a los choferes y muchos dirán que mejor busquen otro empleo, pero amigo lector, esa no es la solución. Es el Estado, rector y controlador de este servicio, por el cual recibe el pago de derechos, quien debe establecer políticas públicas para ayudar y fortalecer a este sector, porque es evidente la necesidad que se tiene por su servicio y es de seguridad, garantizar que opere en las mejores condiciones para salvaguardar la vida de quienes hacen uso de éste, de los y transeúntes y desde de luego, de los choferes.