• Beatriz Pagés
Sin duda, hay de cartas a cartas.

Mientras el gobierno español escogió con cuidado cada palabra y valoró el impacto y significado de cada frase, y atendió el estilo institucional y el lenguaje diplomático, la carta que envió el gobierno de México al rey Felipe VI parece haber sido escrita por los mismos que utilizan las redes sociales para insultar a quienes critican la cuarta transformación.

Mientras España privilegió en su respuesta la razón y la prudencia para evitar agravios innecesarios entre dos naciones hermanas, el gobierno mexicano decidió inspirarse en el tufo maloliente del resentimiento para reclamar una disculpa absurda e irracional.

Mientras las autoridades ibéricas levantaron la mira para argumentar que “la llegada hace quinientos años de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”, las mexicanas la bajaron e introdujeron en las cañerías para escribir con aguas oscuras una carta que apena y avergüenza.

Pero de entre toda la tinta que ha ido en estos días de un lado al otro del océano Atlántico, hay una palabra clave por la que los mexicanos debemos dar las gracias: “Ambas naciones —dice España en su respuesta— han sabido siempre leer su pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con un herencia común y una proyección extraordinaria”.

En ese párrafo está el origen, la causa y razón no solo de la carta al rey, sino de lo que está sucediendo en este momento en México. Como bien dejó entrever el gobierno español, el país está siendo gobernado desde la ira y no desde la razón. Desde el rencor, el ánimo de venganza, la intolerancia y el odio. No, así, a partir de la inteligencia y la justicia.

De qué tamaño será esa ira que ya desafió los miles de kilómetros que separan los dos continentes para provocar una tempestad ciclónica que hirió no solo a un gobierno sino la dignidad de todo un pueblo, al acusarlo por algo que sucedió hace ya, casi, 500 años.

Ese sentido de la dignidad, que por cierto estamos lejos de tener los mexicanos, es lo que detonó una avalancha de protestas en toda España. López Obrador logró que un país dividido en este momento —como muchos otros—, por razones políticas, se uniera en una sola voz para defender el honor de su historia.

Un valor, el honor, y otro, el de la dignidad, que no están en el armario moral de la cuarta transformación. Por eso, Andrés Manuel dijo estar sorprendido de las reacciones que provocó el texto en el que pide al rey que se disculpe por los “atropellos” de la Conquista.

Una carta que puede convertirse, para la 4T, en un fatal parteaguas. Los reclamos, lo mismo de políticos que de escritores y líderes sociales, revelaron muchas cosas: la incapacidad e irresponsabilidad diplomática del gobierno, pero también, y sobre todo, la animadversión que existe en el extranjero hacia un jefe de Estado al que acusan, entre otras muchas cosas, de estar mal calificado.

Lo cierto es que López Obrador perdió una preciosa oportunidad para enriquecer la relación espiritual y cultural entre México y España.

La Malinche habría escrito otro tipo de carta. Esa mujer, también satanizada por la bilis que nutre nacionalismos equivocados, podría haber propuesto un documento que culminara su hazaña.

La hazaña de haber sido puente entre dos cosmovisiones que dieron a luz al mexicano. A ese mestizo, a esa mestiza que no pueden ser negados u ofendidos desde la demagogia.

Hay, sin duda, diferentes maneras de ver la vida y entender la historia. Para los resentidos, los pueblos indígenas son víctimas y parias; para otros, son la raíz de la grandeza mexicana.