• Emilio Piedras
Encabezada por líderes turbios y corruptos derivó en un fracaso sin precedentes

La megamarcha que se había concebido como una voz colectiva contra el nuevo esquema de salud para burócratas se desmoronó en una muestra desconcertante de ineficacia y confusión. 

Lo que prometía ser un grito unificado de descontento se transformó en un sombrío espectáculo de agendas partidistas y figuras cuestionables, arrojando una sombra de duda sobre la autenticidad de las intenciones detrás de esta convocatoria.

Desde el principio, esta megamarcha se perfilaba como una respuesta contundente al gobierno estatal y a su nuevo enfoque hacia la salud de los burócratas. Sin embargo, en lugar de ser un ejemplo destacado de unidad ciudadana, la convocatoria se desvió hacia la irrelevancia y la falta de cohesión. 

¿Quiénes eran los verdaderos motores detrás de esta manifestación? ¿Acaso eran genuinos ciudadanos preocupados por el bienestar colectivo, o más bien actores políticos con agendas ocultas?

La falta de participación masiva fue innegable y reveladora. Los supuestos activistas que orquestaron esta marcha se encontraron enfrentando una realidad desoladora: sus llamados a la movilización no resonaron en la población en la medida esperada. ¿Por qué? La respuesta yacía en la percepción generalizada de que la marcha no representaba los intereses auténticos de la comunidad. No hubo objetivos claro a esta convocatoria, lo que dejó a muchos ciudadanos en la periferia, sin incentivos para unirse a un evento que carecía de claridad y propósito.

Lo que resulta aún más preocupante es la aparición de figuras políticas cuestionables en medio de la manifestación. Nombres como Anabell Ávalos Zempoalteca, Blanca Águila, Manuel Cambrón, Yeny Charrez y Minerva Hernández, se elevaron entre la multitud, levantando cejas y provocando preguntas incómodas. 

¿Cómo es posible que individuos con vínculos partidistas y agendas propias estén en el centro de una protesta que pretende representar la voz del pueblo o sus causas? Esta infiltración política puso en duda la integridad y autenticidad de la manifestación en su conjunto.

Es evidente que la megamarcha se convirtió en un terreno fértil para la manipulación y la instrumentalización. La presencia de autodenominadas activistas, como Yeny Charrez (que fue despedida del gobierno por manejos turbios en los programas dirigidos al bienestar de las mujeres) y Eréndira Jiménez, solo subrayó la falta de poder de convocatoria real. Las expectativas previas, infladas por una retórica apasionada y torpe quedaron desmoronadas frente a la triste realidad de una respuesta apagada y marginal.

En última instancia, la megamarcha de burócratas fracasó no solo en su objetivo de representar un descontento genuino, sino también en establecerse como una plataforma legítima para el cambio. 

La desconexión entre los organizadores y la base ciudadana, así como la presencia de actores políticos turbios y corruptos arrojan una sombra profunda sobre cualquier pretensión de esta manifestación de ser un reflejo auténtico de la voluntad popular. 

Es tiempo de cuestionar no solo las dimensiones de esta convocatoria, sino también la sinceridad de sus impulsores y las agendas que realmente impulsan.