• Raymundo Riva Palacio
A partir de hoy hay dos poderes, el formal de López Obrador y el fáctico de Sheinbaum

Ayer dos personas ganaron la elección presidencial. Claudia Sheinbaum obtuvo la victoria en las urnas y Andrés Manuel López Obrador ganó su plebiscito. Sheinbaum, la primera mujer que asumirá la Presidencia de un país machista y misógino, triunfó con y pese al respaldo de López Obrador, coronando una campaña sin errores fundamentales. López Obrador, que comenzó su campaña por el referéndum desde que inició su sexenio y la aceleró 24 horas después de las elecciones intermedias, debe sentirse satisfecho: su estrategia de polarización y propaganda tuvo éxito. Su candidata se impuso en las urnas y, como lo estableció, terminará lo que empezó. Solo hasta después de los pendientes, ella podrá gobernar como desee.

Sheinbaum ganó por los puntos que necesitaba para un alineamiento en el electorado como el que se dio en 2018, cuando López Obrador ganó en todos los segmentos y en todos los cruces posibles, con el 53 por ciento del voto, superior al de todos sus adversarios juntos. No parece que haya habido diferencia alguna en esta ocasión. Conforme vayan publicándose las encuestas de salida se podrá ir viendo el comportamiento de los segmentos en esta elección y poder confirmarse el impacto de los programas sociales en los grupos de menor ingreso, el previsto rechazo de las clases medias y en las clases de mayor ingreso.

 

No obstante, sin restarle méritos al profesionalismo que mostró en su campaña, su victoria es gracias a López Obrador. La mañanera cumplió su propósito. El espectacular dato de Gallup, la respetada encuestadora internacional, que lo colocó la semana pasada con una aprobación de 80 por ciento, es prueba de cómo el diario ejercicio de propaganda y ataque a sus críticos logró que millones de mexicanos vean más al individuo que al presidente, y que transfirieran su apoyo a Sheinbaum para que continúe con las políticas del gobierno más ineficiente, incapaz, y probablemente, el más corrupto en décadas.

López Obrador tiene garantizado que sus proyectos serán concluidos, con lo que espera cimentar su gobbeliana trascendencia, donde lo recuerden a través de las obras monumentales. Sheinbaum tiene que terminarlas y hacer funcional el aeropuerto “Felipe Ángeles”, no solo porque así lo pidió el presidente, sino porque a diferencia de él, no hay recursos que pueda despilfarrar tan absurda e irresponsablemente, como López Obrador lo hizo con el aeropuerto de Texcoco.

A partir de hoy hay dos poderes, el formal de López Obrador y el fáctico de Sheinbaum. De manera natural se irá trasladando de Palacio Nacional a la casa de transición de la candidata ganadora, pero está claro que el presidente no será el pelele que fue Enrique Peña Nieto de él, y que gobernará hasta su último día, a diferencia de su antecesor que claudicó el primer día tras la elección.

 

Esto no significa que Sheinbaum, con la victoria en las urnas, comenzará un deslinde. Probablemente no lo hará ni siquiera cuando salga del Congreso con la banda presidencial. Después de ver la fuerza de López Obrador pese a todos sus fracasos en la gestión gubernamental, sería un error político cualquier asomo de parricidio. Sheinbaum será la presidenta con la marca de su antecesor más profunda desde los tiempos de Plutarco Elías Calles y Pascual Ortíz Rubio, y aunque la sucesión se haya parecido la de Miguel de la Madrid con Carlos Salinas, las condiciones son absolutamente diferentes: López Obrador no tiene la pulcritud política de De la Madrid ni Sheinbaum la autonomía de Salinas.

Estas condiciones no parece que vayan a cambiar sustancialmente con el resto de los resultados de este domingo, algunos controvertidos y con posibilidades de llegar a tribunales, por lo que las miradas pasarán ahora a la composición de la Cámara de Diputados y el Senado, donde la apuesta del presidente y al menos en términos declarativos también de Sheinbaum, es por una mayoría calificada que permita que las iniciativas que se espera envíe López Obrador en los noventa días que le quedan de poder constitucional, como la del Poder Judicial y de seguridad, pasen sin problema.

Las iniciativas son controvertidas y Sheinbaum ya tuvo avisos de ello, en particular con la reforma al Poder Judicial. Miembros de su campaña recuerdan que en cada reunión que sostuvo con empresarios y con miembros de la comunidad internacional, esa reforma era la que estaba en el centro del diálogo y, en la mayoría de los casos, el único en la agenda que llevaban.

 

La candidata ganadora, que desde entonces dejó de hablar de esa reforma en público, estaría mejor, pensando en las necesidades que tendrá para manejar un país con presupuesto encadenado y acotado, que no hubiera mayoría calificada y que esa reforma fuera pateada para adelante, quitándole un punto de fricción con el presidente que no ve las necesidades políticas objetivas de Sheinbaum, sino que sus obsesiones y fijaciones se cumplan como lo exige.

Sheinbaum, a diferencia también de otros ganadores presidenciales, no tiene los apoyos suficientes para ampliar sus márgenes de maniobra. No estuvo en ella el diseño de los tiempos ni la agenda de su campaña, ni pudo meter mucho la mano en la entrega de candidaturas para gubernaturas, diputados y senadores. La mayoría de quienes ganaron lo hicieron por López Obrador, por lo que las lealtades, cuando menos en la agonía del sexenio y el arranque de la siguiente administración, son para él, no para ella. Más aún, ahora quiere López Obrador que repita prácticamente todo el gabinete para mostrar la continuidad, obligando a Sheinbaum a una pronta definición.

Ahí se encuentra el dilema que enfrentará a partir de ahora que es virtual presidenta. Su victoria en las urnas fue compartida con López Obrador, aunque fue el presidente que, con su diseño de entrega de dinero masivo para comprar votos, los ataques sistemáticos contra la oposición y medios, y las violaciones regulares a las leyes electorales, debe sentir que tanto le debe, que le tiene que cumplir cabalmente.

 

El presidente considerará que el triunfo bicéfalo en la elección tiene que traducirse en un poder bicéfalo, y Sheinbaum enfrentará el desafío de cómo evitarlo sin confrontarlo.

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