• Abel Velázquez
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A un mes del tercer informe de gobierno en Tlaxcala, la sombra de la corrupción y la transa se cierne sobre la administración estatal. Mientras la maquinaria gubernamental se afana en maquillar cifras y logros para presentar un balance positivo, la realidad es que las denuncias de irregularidades y el rumor de "bisnes" entre funcionarios empañan la imagen de la administración.

La Auditoría Superior de la Federación (ASF) ya ha detectado anomalías en el manejo de recursos federales, lo que pone en duda la transparencia y la eficiencia del gobierno.  No se trata de meras especulaciones, sino de evidencias que apuntan a un sistema donde la corrupción parece estar enquistada. 

Los "bisnes" y las transas no son un secreto a voces, sino que se han convertido en un modus operandi que permea las esferas del poder. Se habla de contratos amañados, adjudicaciones directas sin licitación, y un sinfín de prácticas que vulneran los principios de legalidad y transparencia.

El tercer informe de gobierno se presenta en un contexto donde la confianza en las instituciones se encuentra en niveles mínimos.  La ciudadanía se pregunta si los recursos públicos se están utilizando para el beneficio de la población o para enriquecer a un círculo cercano al poder.

Es necesario que el gobierno de Tlaxcala responda con contundencia a las denuncias de corrupción y se comprometa a implementar medidas para combatirla. La impunidad solo alimenta la desconfianza y la indignación ciudadana.

El tercer informe de gobierno no debe ser un ejercicio de propaganda, sino una oportunidad para rendir cuentas y demostrar que la administración estatal está comprometida con la transparencia y el combate a la corrupción.  Si no se abordan con seriedad las anomalías detectadas, el tercer informe se convertirá en un simple acto de propaganda sin ningún valor real.