En Apizaco, el desgobierno se ha convertido en la norma. El presidente municipal, otrora carismático y prometedor, hoy parece más un caso de estudio sobre cómo no administrar una ciudad que un líder efectivo. Cada decisión desacertada, cada promesa incumplida y cada escándalo público son ladrillos en el muro que lo separa de concluir su trienio con dignidad.
Los habitantes, cansados de su desgano y de las constantes pifias en la administración, empiezan a buscar alternativas para que el presidente “tome su merecido descanso”. De ahí que muchos afirmen que está más cerca de que lo manden *ALV (acaparar las verduras)* que de cumplir su mandato. Es que, como bien dice el dicho, *“no es lo mismo ser borracho que cantinero, mucho menos abarrotero”*, y a este abarrotero ya se le acabaron los productos.
El gobierno municipal se ha convertido en un escaparate de promesas rotas. Desde los baches sin reparar que parecen cráteres lunares, hasta los parques en abandono y la inseguridad rampante, Apizaco no encuentra un respiro. Si alguna vez hubo buenas intenciones, estas quedaron aplastadas bajo el peso de la incompetencia.
Quizás el error más grande de este presidente fue confundir el liderazgo con la improvisación. Gobernar no es dar discursos grandilocuentes ni inaugurar obras de relumbrón; gobernar es escuchar, planificar y resolver. El problema es que, en el abarrote del presidente, *a veces hay y otras puro camote*, y los ciudadanos ya no tienen paciencia para otro año más de esta dieta vacía.
El ocaso político de este alcalde no es una sorpresa, sino el resultado de sus propios yerros. Tal vez cuando finalmente lo manden ALV, le quede tiempo para reflexionar sobre lo que significa servir a una comunidad. O tal vez no. Porque, a fin de cuentas, en Apizaco no se necesita otro abarrotero: se necesita un verdadero líder.