La reciente maniobra del área de comunicación del gobierno de Tlaxcala al desmentir el supuesto avistamiento de un convoy de autos blindados descendiendo de la Malintzi parece, a primera vista, un ejercicio loable de transparencia. Sin embargo, cuando se analiza más a fondo, queda la sensación de que este acierto comunicativo tiene un sabor agridulce y deja varias preguntas en el aire.
Es cierto que las redes sociales se han convertido en un caldo de cultivo para información falsa o fuera de contexto, y en este caso, el video resultó corresponder a otro estado del país. En ese sentido, la acción del gobierno para desmentir el hecho fue correcta y oportuna, evitando que la narrativa incorrecta generara alarma entre los habitantes de Tlaxcala. Pero este esfuerzo puntual contrasta de manera preocupante con el silencio absoluto sobre otros temas que sí deberían ser prioritarios en su agenda comunicativa.
Uno de esos temas es la creciente preocupación en torno a las verdaderas camionetas blindadas que han sido vistas en la entidad y que han provocado especulaciones entre la población. A pesar de las reiteradas preguntas de los medios de comunicación dirigidas a funcionarios clave, en ocasiones en presencia del propio coordinador de comunicación, no ha habido respuesta alguna. Este mutismo no solo alimenta la incertidumbre, sino que también erosiona la confianza en la capacidad del gobierno para manejar temas delicados con apertura y seriedad.
Aquí es donde se evidencia una de las principales debilidades del actual enfoque de comunicación gubernamental: la tendencia a abrir frentes innecesarios mientras se ignoran o minimizan asuntos de mayor relevancia. Es evidente que hay pendientes en el manejo de la información, y parte de este problema radica en la falta de un trato cercano, respetuoso y colaborativo con los medios de comunicación. Una relación despectiva o distante con quienes se encargan de informar no solo genera tensión, sino que también dificulta la construcción de una narrativa coherente y creíble.
La comunicación gubernamental no puede limitarse a reaccionar ante eventos aislados o desmentidos necesarios; debe ser una herramienta proactiva para generar confianza y para mantener informada a la ciudadanía de manera clara y oportuna. El caso del convoy ficticio es un recordatorio de cómo la inmediatez y la corrección pueden ser efectivas, pero también de cómo el silencio sobre otros temas genera un vacío que puede ser llenado por rumores y desinformación.
En resumen, el gobierno de Tlaxcala tiene la oportunidad de mejorar su estrategia de comunicación, no solo reaccionando ante lo falso, sino también enfrentando con valentía y transparencia las preguntas incómodas pero necesarias. Solo así podrá fortalecer el puente entre la administración pública y la sociedad, y solo así podrá evitar que las verdaderas “camionetas blindadas”, tanto las físicas como las metafóricas, se conviertan en el verdadero problema de su narrativa.