En la política, como en la vida, hay quienes se aferran a las glorias pasadas como si estas fueran un escudo impenetrable contra el presente. Gilberto Silva, quien recientemente anunció su salida del PRI en Tlaxcala, parece ser uno de esos personajes que han construido su carrera política sobre cimientos de nostalgia y autopromoción, pero que hoy enfrentan el desgaste inevitable de su reputación.
Silva, quien fungió como secretario de Comunicaciones y Transportes en la entidad, no llega a esta despedida con las manos limpias. Su nombre quedó manchado por las acusaciones de operar una red de "coyotaje" antes de asumir dicho cargo. Estas prácticas, que implican el tráfico de influencias y el aprovechamiento de conexiones para beneficio personal, no son ajenas a la política mexicana, pero sí son un recordatorio de cómo ciertos actores han perpetuado un sistema de corrupción que tanto daño ha hecho al país. Aunque Silva nunca fue formalmente condenado, la sombra de estas acusaciones lo acompañó durante su gestión y ahora parece perseguirlo en su salida.
Lo más llamativo de su partida, sin embargo, no es solo su historial cuestionable, sino la forma en que intenta vender su relevancia política. Silva parece creer que su pasado, sus "viejas glorias", son suficientes para justificar su presencia en el escenario público. Pero la política no es un museo, y las estatuas de quienes alguna vez fueron importantes suelen quedar relegadas al olvido cuando dejan de aportar algo tangible. Hoy, Silva pretende vender caro su amor al partido, como si de espejitos se tratase, ignorando que los tiempos han cambiado y que la ciudadanía exige más que discursos vacíos y promesas incumplidas.
Su salida del PRI no es solo el fin de una etapa personal, sino un síntoma de un partido que lucha por reinventarse en un contexto donde la corrupción y el clientelismo ya no son tolerados como antes. El PRI, que alguna vez fue la maquinaria política más poderosa de México, hoy enfrenta el desafío de reconstruirse desde sus bases, y figuras como Silva, con su carga de controversias y su falta de autocrítica, no parecen ser parte de esa renovación.
En política, como en la vida, no basta con mirar al pasado. Las viejas glorias pueden abrir puertas, pero no garantizan permanencia. Gilberto Silva, al igual que otros de su generación, debe entender que el amor político no se compra ni se vende, se gana con acciones concretas y con integridad. Y eso, lamentablemente, es algo que no se puede encontrar en un espejito.