• Abel Velázquez
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En el mundo de la política, el cinismo suele ser una herramienta tan común como efectiva. Y en el caso de la senadora morenista Ana Lilia Rivera, esta práctica parece haber alcanzado niveles de maestría. Con una agenda propia prácticamente inexistente y un pie fuera de su partido, Rivera ha encontrado en la figura del expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y en las propuestas del Ejecutivo Federal un salvavidas político para mantenerse a flote. Pero lo verdaderamente llamativo no es su falta de originalidad, sino la contradicción flagrante que representa su postura ante temas como el nepotismo y la reelección.

Recientemente, la senadora ha abanderado con entusiasmo la propuesta del gobierno federal para erradicar el nepotismo y limitar la reelección de cargos públicos. Una iniciativa que, en teoría, busca fortalecer la ética en la administración pública y evitar que los mismos rostros se perpetúen en el poder. 

Sin embargo, lo irónico del caso es que la propia Rivera es una clara beneficiaria de la reelección, ya que actualmente repite en el cargo de senadora. Es decir, mientras ella pide acabar con la reelección, ya ha asegurado su propio espacio en la curul. ¿No es esto, acaso, el epítome del cinismo político?

Resulta difícil no ver en su discurso una maniobra calculada para ganar puntos políticos sin asumir ningún costo personal. Después de todo, si la propuesta llegara a aprobarse, a ella ya no le afectaría. Su puesto está asegurado, y su futuro político parece más ligado a la sombra de AMLO que a cualquier principio ético o ideológico. Es como si, después de haber sacado provecho del sistema, ahora decidiera patear la escalera para que nadie más pueda subir.

Este tipo de actitudes no solo erosionan la credibilidad de los políticos, sino que también alimentan el desencanto ciudadano hacia la clase política. ¿Cómo puede alguien que se ha beneficiado de la reelección hablar con autoridad moral sobre sus supuestos males? La respuesta es simple: no puede. O al menos, no sin caer en la hipocresía más descarada.

Ana Lilia Rivera no es la primera ni será la última en utilizar discursos convenientes para maquillar su imagen. Pero su caso es particularmente revelador de una práctica que, lamentablemente, se ha normalizado en la política mexicana: la de decir lo que conviene, cuando conviene, sin importar la coherencia o la ética.

 Mientras tanto, la ciudadanía, atenta pero escéptica, sigue esperando que las acciones hablen más fuerte que las palabras. Y en este caso, las acciones de Rivera gritan más alto que cualquier discurso.