En abril de 1961, inició el juicio de Adolf Eichmann, uno de los arquitectos del Holocausto judío. Todo esto sucedió tras haber sido capturado y trasladado por la inteligencia israelí, desde un barrio de Buenos Aires a Israel.
El interés internacional que despertó el juicio de Eichmann, llevó a Hannah Arendt, una filósofa alemana de origen judío a Israel, después de que el periódico The New Yorker la comisionara para retratar con su pluma el curso del juicio.
Hannah Arendt al observar el desarrolló del juicio, no advirtió en Eichmann la personalización de un monstruo (cuya activa participación había derivado en el exterminio de millones de judíos), sino a un burócrata ordinario, tampoco era un fanático, sino un hombre común, ni pervertido, ni sádico, sino terriblemente normal. Un ser obediente, inofensivo y hasta refractario al uso de la violencia en lo cotidiano, que sólo formó parte de una maquinaria, de una burocracia de exterminio.
La anterior descripción lleva a la autora judía a establecer el término “la banalidad del mal”, refiriendo que este criminal actuó bajo circunstancias que le hacían casi imposible discernir entre el bien y el mal, el aludido concepto se revela como la carencia de pensamiento crítico en aquellos que, al obedecer órdenes, cometen atrocidades. Esta ausencia de reflexión no exime su responsabilidad, sino que lo coloca en una nueva categoría de juicio.
La sugerencia que hace Arendt, es que actos terroríficos pueden ser cometidos por personas comunes que, ante la ausencia de pensamiento crítico, se desconectan de las implicaciones morales de sus actos, es decir, el problema no era tanto la maldad inherente del individuo, sino la incapacidad o falta de voluntad para pensar y juzgar moralmente las órdenes y normas establecidas.
Las conclusiones de Arendt son aterradoras, si consideramos la idea de que el mal no siempre es fruto de intenciones sádicas o maliciosas, sino del automatismo de cumplir roles sin considerar las implicaciones éticas.
La tesis de Arendt, no ha estado exenta de controversia, críticos como Deborah E. Lipstadt y Bettina Stangneth, la han señalado por minimizar la culpabilidad moral de Eichmann, presentando evidencias, basadas en diversas entrevistas que Willem S. Sassen, sostuvo con el funcionario del régimen nazi en 1957, que muestran a Eichmann lamentando no haber exterminado más judíos, sugiriendo un compromiso ideológico profundo.
Lo que desafía la visión de Arendt en torno a Eichmann, planteando que su mal no era tan banal, sino deliberadamente malicioso.
A pesar de esto, la idea de que el mal puede surgir de la indiferencia sigue siendo un aviso poderoso, especialmente en contextos modernos.
Pero el punto interesante yace justo ahí: la globalización y la digitalización del mundo actual generan contextos en que la información vinculada con la violencia, se difunde de manera masiva, lo que puede llevar a la aceptación acrítica de estas narrativas, sin cuestionar su impacto.
En la obra Ceguera moral, del sociólogo Zygmunt Bauman y el politólogo Leonidas Donskis, el segundo de estos refiere que: “La violencia exhibida cotidianamente deja de provocar estupor o disgusto. Arraiga, por así decirlo, en nuestro interior.”.
A 64 años del inicio del juicio a Eichmann, la lección de Arendt sigue siendo pertinente. El mal no siempre surge de la perversidad inherente, sino de la indiferencia y la falta de juicio crítico, un peligro que puede manifestarse en cualquier sociedad donde la violencia se vuelve rutina.
En México, transigimos con el mal, banalizamos y trivializamos la violencia, acaso los ciudadanos de este país hemos silenciado nuestras disidencias, traicionado nuestros principios éticos, acallado nuestra voz interna y adoptado la violencia como modo de existencia.
2.
“Fueron ciertamente los españoles los que conquistaron a México o acaso fue su llegada la chispa que produjo el incendio de una insurrección”
Romero Reséndiz.
La cara oculta de la conquista.
Imaginemos un pintoresco pueblo enclavado entre imponentes montañas y atravesado por un río. En este escenario tres pintoras se dieron cita con un desafío: plasmar en sus lienzos la esencia del paisaje relatado.
La primera alzó la mirada para capturar el cielo azul, la segunda puso sus ojos en la montaña, y la tercera trabajó su lienzo inspirado en el río.
Esta parábola nos enseña que, aunque están mirando el mismo paisaje, sus lienzos narran historias radicalmente distintas. Así ocurre también fuera del lienzo: la realidad, aquella que creemos objetiva, se fragmenta, reconstruye y deconstruye según los ojos que la interpretan.
Condicionada por el contexto, teñida por creencias y, a menudo, dirigida por quienes tienen el poder de imponer su relato, la verdad se configura como un sistema complejo. Como las pinceladas de estas tres mujeres, nuestra visión del mundo, de la historia, no es más que reflejo de aquello que decidimos ver, o de lo que nos enseñaron a mirar.
Jean-François Lyotard, en su obra La condición postmoderna (1979), argumenta que los grandes relatos que explican la historia, están sujetos a los intereses de quienes detentan el poder.
Con motivo de la conmemoración de los quinientos años de la fundación de Tlaxcala, en este 2025, es oportuno darle eco a la visión de los Tlaxcaltecas en torno a la Conquista.
Antes de la llegada de los españoles, en la época prehispánica, México no era una nación, por el contrario, lo que privaba era la existencia de diferentes señoríos independientes y en confrontación constante, cada uno con su organización política, algunos como tributarios del imperio mexica y otros como señoríos que lograron conservar su independencia, como era el caso de Tlaxcala, que era una suerte de confederación o república independiente.
Este estado, agotado por la cruel e injustificada ambición expansionista del imperio mexica, crea una alianza con los españoles, que se materializa a manera de símbolo con el mestizaje, y el bautizo de los cuatro señores de Tlaxcala, esa alianza no solo sello un pacto estratégico, sino que también sentó las bases de una identidad nacional que trasciende la narrativa tradicional de vencedores y vencidos.
Incluso, con posterioridad a la conquista, en los primeros momentos del virreinato, hubo diversas acciones de colonización instauradas por los tlaxcaltecas y los españoles, llegando a Guatemala, Nicaragua y el Salvador, incluso con la conocida diáspora tlaxcalteca, se dieron asentamientos y colonias en San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Jalisco, Nuevo León, Coahuila y en territorio estadunidense Texas y Nuevo México
Así, la presencia tlaxcalteca está asimilada y, sobre todo, viva no solamente en el norte mexicano, sino también en poblaciones de la frontera sur de los Estados Unidos.
La versión Tlaxcalteca de la conquista representa un mito fundacional que no reniega de la herencia española ni de la evangelización, por el contrario, la reivindica e incorpora como parte de su historia.
Todo esto, en palabras de Laura Collin Harguindeguy, implica la posibilidad de reconocer la existencia de versiones alternas y de otras formas de elaborar la conquista.