• Rodolfo Moreno Cruz
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¿Qué hace a un juez ser verdaderamente juez? No es el cargo, ni la toga, ni la sala solemne. Es algo mucho más sencillo... y a la vez más difícil: Ser imparcial. Hace 120 años nació un jurista mexicano que no solo entendió esto, sino que lo vivió y lo enseñó durante toda su carrera. Se llamó Felipe Tena Ramírez, y su legado sigue dando de qué hablar en tiempos donde la justicia, más que nunca, necesita de voces imparciales y mentes claras.

Hoy, cuando se discute cómo elegir a nuestros jueces y ministras, sus ideas vuelven con fuerza. Y vale la pena escucharlas.

Este 23 de abril se cumplen 120 años del nacimiento de Felipe Tena Ramírez, jurista michoacano cuya huella en el pensamiento constitucional mexicano sigue siendo indeleble. Para miles de estudiantes y profesionales del derecho, su libro Derecho Constitucional Mexicano fue —durante décadas— el punto de partida ineludible para entender la arquitectura jurídica de nuestro país. Publicado por primera vez en 1944, alcanzó múltiples ediciones y millares de ejemplares vendidos. Leer a Tena Ramírez era, al menos hasta inicios del siglo XXI, una especie de rito de iniciación para quien aspirara a comprender a fondo el sistema constitucional mexicano.

Pero Felipe Tena Ramírez no solo fue un gran académico. Su vida profesional fue también un ejemplo de vocación pública. Abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho, Tena Ramírez fue un hombre riguroso, brillante y profundamente comprometido con el derecho. Fue profesor en su alma mater, y más adelante titular de la cátedra de Derecho Constitucional en la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia (hoy Facultad de Derecho de la UNAM), donde también fundó y dirigió el Seminario de Derecho Constitucional.

Su trayectoria lo llevó, en 1951, a ser designado Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cargo que desempeñó durante casi dos décadas. Al momento de su retiro en 1979, el Pleno del Alto Tribunal destacó no solo su inteligencia y conocimiento jurídico, sino su intachable probidad, su sencillez, su laboriosidad y, sobre todo, su empeño en la tarea de impartir justicia.

Hoy que México se encamina hacia un proceso de renovación profunda del Poder Judicial, las palabras de Tena Ramírez sobre el papel del juez cobran una vigencia casi profética. En un discurso pronunciado en 1952, con el título La ética del juez, sentenció: “No se puede hablar del juez, ni bueno ni malo, cuando le falta la característica esencial e identificadora del juez: la imparcialidad o neutralidad.” Y añadió con agudeza: “El juez, surgido de la existencia de las partes, sólo puede ser definido en relación con las partes, pero sin ser él parte.”

En tiempos en que se discute cómo deben elegirse los jueces, cómo garantizar su independencia, y cómo evitar que los intereses políticos contaminen las resoluciones judiciales, el llamado de Tena Ramírez a comprender la imparcialidad no solo como una cualidad deseable, sino como la esencia misma del juez, merece ser rescatado y meditado con profundidad.

A 120 años de su nacimiento, rendir homenaje a Felipe Tena Ramírez no es solo un acto de memoria, sino un ejercicio urgente de reflexión: ¿qué clase de jueces necesita México hoy? Tal vez la respuesta esté, en parte, en las enseñanzas que él dejó para las generaciones presentes y futuras.