En la era digital, las interacciones más íntimas desde los gustos y emociones hasta las búsquedas por redes sociales, se han convertido en datos que las plataformas recopilan. A través de diversos fragmentos de la vida que las comparten, las empresas logran acaparar la información personal.
Cada clic, cada desplazamiento de pantalla, alimenta un sistema económico que opera a partir de la vigilancia digital. Se monitorean comportamientos y reacciones ante lo que las plataformas ofrecen. Lo íntimo y personal, se convierte en mercancía.
Este fenómeno no se limita a las redes sociales: también habita en nuestros relojes inteligentes, asistentes virtuales y otras tecnologías. Incluso las emociones que compartimos en línea son capturadas, analizadas y utilizadas para fines comerciales. Todo gesto digital es potencialmente rentable.
La socióloga Shoshana Zuboff denominó a este modelo como “capitalismo de vigilancia”, el cual no solo predice las acciones, sino que busca moldearlas. En este contexto, la privacidad deja de ser un derecho y se transforma en un lujo. La libertad de decidir se ve comprometida por la lógica de los datos.
Frente a este escenario, surge la pregunta: ¿qué tan voluntaria es la exposición digital en las personas? Cuando se dan cuenta, ya pasaron más de 40 minutos al día en redes sociales o en otras plataformas que capturan la información que debería considerarse íntima.
Recientemente, empresa Meta estableció una función denominada “Tu tiempo en Facebook”, ubicada en el apartado de configuración y privacidad. Ahí se puede consultar el tiempo de uso de la red, y también administrar o establecer límites. Sin embargo, ¿Cuántas personas realmente ocupan esta función?
Establecer un equilibrio en el uso cotidiano de las redes sociales, no sólo Facebook, es complejo, pero necesario. Aún es posible exigir regulaciones, repensar hábitos digitales y defender espacios de intimidad. La solución no es abandonar la tecnología, sino utilizarla con sentido crítico.