• Rodolfo Moreno Cruz
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En 2007 viví en una ciudad europea. Tenía de vecinos a una pareja peruana, un grupo de trabajadores ecuatorianos y dos jóvenes italianos. Todos compartíamos algo más que el edificio: la hermandad y la experiencia de estar lejos de casa. Los italianos despertaban cada día a las cinco de la mañana con la misma canción: Attenti al Lupo, de Lucio Dalla.

Hoy, esa canción me provoca emociones encontradas. Pero hay algo que no cambia: la certeza de que migrar está tan arraigado en la condición humana como lo está la música. Migrar no es una moda ni un delito: es parte de lo que somos. Olvidarlo, se convierte en problema.

Las redadas del 2025

El 21 de enero de 2025, Estados Unidos lanzó la operación Safeguard. Su objetivo fue detener y deportar a miles de personas sin documentos, principalmente en ciudades “santuario” como Los Ángeles, Chicago o Washington D.C.

Las redadas llegaron incluso a escuelas, iglesias y hospitales. Se cancelaron programas humanitarios, se recortaron derechos y se firmó la llamada Ley Laken Riley, que permite encarcelar sin fianza a migrantes por delitos menores.

La respuesta no se hizo esperar. El 2 y 3 de febrero, miles salieron a las calles en la protesta llamada Un día sin inmigrantes (“A Day Without Immigrants”). En estos días de junio, nuevas redadas masivas en zonas como el Fashion District o los estacionamientos de Home Depot terminaron con decenas de detenidos y el uso de granadas aturdidoras. La reacción del gobierno fue enviar hasta 4 000 efectivos.

¿Por qué tanta fuerza contra quienes solo buscan vivir con dignidad?

Pienso que hay tres ideas clave para entenderlo mejor:

1. Una historia mal contada

La migración, por su propia complejidad, suele contarse desde narrativas incompletas o abiertamente falsas. Aunque no es lo mismo migrar de América Latina a Estados Unidos, que, de África a Europa, o de Asia al Golfo Pérsico, sí hay un patrón común: la distorsión de los hechos.

En la película La vida misma (2018), Abby —un estudiante— elabora una tesis sobre los “narradores poco confiables”: aquellos que relatan la historia de manera subjetiva o su manera, ocultando o exagerando aspectos clave. Con la migración ha pasado lo mismo.

Pensemos en Oaxaca. Desde los años cuarenta, miles de oaxaqueños han cruzado la frontera para trabajar y generar un beneficio al país receptor (véase la obra de Lynn Stephen o de Michael Kearney). El programa Bracero, firmado en 1942, legalizó la contratación de mexicanos en Estados Unidos.

Algunos afirman que esa "necesidad" fue solo una excusa para explotar mano de obra barata. De una u otra forma, los llevaron de aquí para allá, sin derechos y sin raíces.

Hoy, muchos nietos de aquellos trabajadores con papeles o sin papeles que siguen en pie, construyendo ciudades, estudiando, pagando impuestos… pero aún son vistos como “clandestinos”.

2. ¿Y las obligaciones mutuas?

El filósofo Yuval Harari plantea una idea poderosa: los países suelen dar más importancia a las infracciones que al cumplimiento.

Si un millón de migrantes trabaja, estudia y vive pacíficamente, pero cien cometen delitos, ¿eso significa que todos son un riesgo?

Si una joven inmigrante cruza mil veces por la calle sin que nadie la moleste, pero un día un racista la insulta, ¿eso representa el sentir de toda la sociedad?

No se puede juzgar a toda una población por sus extremos. Por eso, tanto los países de origen como los de destino deben hablar con seriedad sobre obligaciones recíprocas, no solo sobre castigos.

3. La migración es inevitable… y valiosa

Hoy vivimos en un mundo interconectado: mercancías, ideas, turistas y empresas cruzan fronteras sin problema. Pero si alguien huye del hambre o la violencia, de pronto se convierte en "ilegal".

La migración no es el cáncer de las sociedades modernas. Lo es el racismo, el miedo al otro, la ignorancia… y, sobre todo, la falta de memoria.

El cantante Manu Chao —hijo de exiliados, criado entre lenguas, luchas y fronteras— lo cantó hace más de veinte años en Clandestino:

“Solo voy con mi pena, sola va mi condena…”

Esa canción no es solo un lamento: es una denuncia. Sigue sonando porque millones de personas hoy siguen viviendo en las sombras.

La migración no es nueva. Y las heridas que deja, aunque invisibles, siguen abiertas.

A veces pienso que el problema de la migración ya no es la migración en sí. Es como si una persona que tuvo cáncer aún viviera con ese miedo del pasado, aunque el tumor ya haya sido extirpado. El mundo ya cambió. Las personas se mueven. La globalización es real. Lo que no ha cambiado es la manera equivocada de abordar el tema.

Quizás es hora de cambiar el enfoque. Tal vez entonces podamos cantar otra canción. Una donde nadie tenga que vivir con miedo. Una en donde se reconozca que con manos de migrantes se construyen ciudades y se levantan campos. Una donde Clandestino sea solo el nombre de una vieja canción…y no una condena.