Estamos en un punto cero que avisora futuros indeseables, deshumanización y devastación. Estamos en el punto cero de una guerra nuclear, del colapso ecológico, económico y humanitario; es decir, en un horizonte plagado de peligros mundiales inminentes. Estamos situados en un punto donde para muchos no hay futuro. Slavoj Zizek en su libro “Demasiado tarde para despertar ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?” Advierte que hay dos dimensiones para entender el futuro: Futur y Avenir. «Futur» Representa un futuro como continuidad del presente, como una realización de tendencias, de continuidades. «Avenir» Apunta hacia una ruptura radical, una discontiunuidad con el presente, ir hacia algo nuevo que está por venir. He aquí dos formas para entender la historia: una historia como continuidad lineal, interrumpida e irremediable, en tanto, historia vaciada de sentido escrita al ritmo del capitalismo versus una historia discuntinua, a contra-tiempo que dibuja un umbral de lo político en términos de interrupción y politización. En este contexto de devastación, guerra y deshumanización ¿Qué historia preferimos escribir?
«Futur»: Un modelo de continuidad y de irremediable catástrofe
La secuencia de acontecimientos del pasado desencadenarían lo inevitable: la realidad del hecho. La dimensión Futur nos lleva a realizar una lectura lineal respecto a las políticas de enemistad de países que han utilizado la guerra para la expansión de mercados, el aseguramiento de recursos y la perpetuación del poder-dominación. Así contextualizamos las tensiones existentes entre EEUU e Irán, incluyendo los países aliados de ambos bandos, que se remontan a la década de 1950: con el golpe de Estado que apoyó Estados Unidos y Gran Bretaña contra el primer ministro Mohammad Mossadegh con el fin de evitar la influencia soviética en el país persa; con la revolución islámica en Irán donde Occidente perdió su influencia sobre Irán; con el quiebre de relaciones diplomáticas que orquestó Jimmy Carter que desencadenó un embargo comercial; con la guerra entre Irán e Irak donde EEUU apoyó a Irak; con el embargo de armas que EEUU hace a Irán cuando éste último se enfrentaba a la guerra con Irak; con la masacre del vuelo 655, el día en que EEUU disparó un misil contra un avión de pasajeros iraní; cuando EEUU incluyó a Irán en el “eje del mal” junto a Irak y Corea del Norte; con la denuncia que EEUU hace a Irán cuando lo culpa por extraer uranio para la contrucción de centrales nucleares con fines armamentísticos; con la firma del Plan de Acción Integral Conjunto, también conocido como el acuerdo nuclear iraní; con la amenaza de Teherán en atacar a Israel y a su fuerza naval de EEUU en el golfo pérsico si sus instalaciones atómicas son atacadas; con el retiro de EEUU de dicho acuerdo y la imposición de sanciones a Irán; con el asesinato del general iraní Qassem Soleimani en un ataque con drones en Irak por orden de Trump; con los bombardeos que ordena Biden en Siria a las milicias respaldadas por Irán; con los ataques de Hamás contra Israel que generaron tensiones adicionales; con el fallo de negociaciones nucleares entre Irán y EEUU; con los bombardeos de Israel a instalaciones nucleares y militares en Irán; con la respuesta de Teherán a estos ataques; con los recientes ataques de EEUU a instalaciones nucleares iraníes.
La dimensión Futur nos lleva a situar un escenario apocalíptico donde el actual conflicto cobra magnitud no solo por que ha devenido de los actos irresolutivos del pasado, o por la idea de pensar que los bandos tanto de Occidente como de Oriente tengan armas nucleares, sino porque, al mismo tiempo, el conflicto actual se articula a otras catastrofes que lo refuerzan mutuamente y que aceleran nuestro suicidio colectivo, como las pandemias, el calentamiento global, la escasez alimentaria, las crisis humanitarias y otras guerras latentes “regionales” como la de Israel y Palestina. Aunque claramente hemos visto que los conflictos a escala “regional” tienen implicaciones profundas a escala mundial.
Los contornos de una guerra futura ya se han dibujado, dice Alan Badiu. Por un lado con Estados Unidos y su grupo occidental japonés. Por otro lado, China, Rusia. En la conferencia intitulada “Reflexiones filosóficas sobre política internacional” dictada en la Universidad Iberoamericana, Badiu hablaba sobre una característica de la guerra actual: Es errante, en el sentido de que se encuentra en todos lados, ha desplazado fronteras. En el mayor de los casos, la guerra no siempre se ha presentado exclusivamente como conflicto militar, sino que ha derivado como extensión de otros conflictos políticos, económicos, sociales y culturales. Es decir, actualmente la guerra está manifestada en diversas formas de poder y dominación que van más allá de un campo de batalla en sentido estricto.
Se trata de una guerra que no ha terminado, sino que se administra estratégicamente. Hoy la idea de la guerra y la paz resultan imbricadas por una misma dinámica de poder. Los países hegemónicos y ocupantes son los mismos que buscan insistentemente neutralizar el conflicto. A partir de un falso pacifismo, estos países lideran un discurso de paz desde los territorio de ocupación. Alemania quería la paz con Francia mientras ocupaba su territorio en 1940. Israel pregona la paz en Cirjordania mientras repriega un genocidio interminable en Palestina. Estados Unidos proclama la paz en medio de múltiples intervensiones y ataques militares.
Indudablemente, la pulsión de una paz afirmativa no se encuentra en este falso pacifismo democrático que pregona la ideología imperante en los gobiernos occidentales. Sino, como lo advierte Roberto Esposito, la paz afirmativa va más allá de una condición transicional de la violencia a la paz. Más bien, la paz afirmativa está situada en la pulsión de un deseo de relacionarse con el mundo, el ambiente y los otros. Un deseo en el que se manifiesta la pulsión de vida y no de muerte, esto es: la pulsión de preservar, potenciar y afirmar la vida.
«Avenir». La potencia de la discontinuidad
Alan Badiu considera a la guerra como un acontecimiento en tanto que no la ve como la continuación de la política por otros medios como asumía Carl Von Clausewitz, sino como una ruptura con la política. El acontecimiento, al que alude Badiu, refiere a un quiebre con el orden establecido, además de que implica la subversión de un sujeto político que se constituye al margen de esta experiencia. Esta idea nos lleva a preguntarnos por el sentido y la posibilidad que emerge en/desde un lugar sin-sentido que hoy nos ha llevado al borde de devastación, el colapso y la deshumanización. Hablamos del sin-sentido de un futuro que se ha dinamizado con la linealidad irresolutiva de los hechos del pasado y con la nula transformación del presente. En tanto, aquí subrayamos que el único umbral de posibilidad se encuentra en una radicalizalización del presente.
En un contexto donde la superviviencia de la humanidad ha sido puesta en un riesgo inminente, situación que se amplifica, aún más, con la amenaza de una catástrofe nuclear ¿Hay posibilidad de un nuevo horizonte? Zizek en su texto “Bienvenidos a tiempos interesantes” subraya que el único horizonte de posibilidad es la urgencia de civilizar nuestra propia civilización mediante cambios radicales, como: a) La aplicación la solidaridad universal y la cooperación entre todas las comunidades humanas para contrarrestar el sectarismo y la violencia étnica; b) La superación del expansionismo capitalista; c) El rechazo el pacifismo ingenuo; d) La superación de la lógica del choque de civilizaciones.
Derivado de esta propuesta, vale la pena, además, situar la reconciliación del hombre con la naturaleza donde reconozca la interdependencia y se evite la explotación, así como la potencia de los movimientos sociales, las manifestaciones de resistencia de clases oprimidas, vencidas, derrotadas, esclavizadas, víctimas, trabajadoras; en general, la tenacidad de las supervivencias, en tanto manifestaciones de esta radicalización. Estamos de acuerdo con Walter Benjamin cuando subraya que la historia de los oprimidos es una historia discontinua, mientras que la continuidad es la historia de los opresores.
Nuestra historia no está escrita, sino que es objeto de construcción. En este orden de ideas, nuestra historia no se debe configurar en un tiempo continuo-vacío, sino en un tiempo agente-discontinuo.Es decir, no debemos esperar la catástrofe como algo inevitable, sino combatirla: descontinuando y transformando el presente. Lenin no estaba equivocado cuando se cuestionaba sobre el carácter de clase de las guerras, sobre quiénes las sostenían, y sobre el porqué se desencadenaban. En estos tiempos es urgente retomar su propuesta: «O la revolución impedirá la guerra», «O la guerra desencadenará la revolución». Hablamos de una revolución que no solo busca transformar las estructuras económicas y políticas, sino, como dice Benjamín, que tenga un carácter redentor: que conecte el presente con las luchas del pasado, que abra la posibilidad de un tiempo cargado de potencial revolucionario, además de que transforme y radicalice la propia existencia.
Tlaxcala, Tlaxcala; miércoles 25 de junio de 2025