Actualmente, el “yo” no solo se construye frente al espejo; ahora también se ensaya frente a la cámara de un smartphone. Instagram, TikTok y otras redes se han convertido en escenarios donde las personas construyen su personalidad digital para gustar.
La vida real se edita y filtra. Erving Goffman, en su libro La presentación de la persona en la vida cotidiana, ya lo mencionaba mucho antes de que existiera el wifi: “en la vida se utilizan máscaras según el público”.
La gente comienza por crear la parte externa de lo que conformará su propio “yo” o su representación en redes sociales, e inicia por estructurar “la fachada”: su cara, cuerpo, vestuario, para después complementarlo con lo que desean comunicar.
La teoría de Goffman conserva una vigencia indiscutible en las redes sociales. Ser uno mismo ya no alcanza; ahora funciona el personaje que logra una tendencia y se convierte en viral si desea obtener muchos “me gusta”.
Aunque no todos los usuarios se dejan absorber por esta lógica, muchos perfiles terminan adaptándose a las reglas del algoritmo. No se trata solo de querer compartir algo, sino de lograr que ese algo “funcione” en términos de vistas, likes o comentarios.
El “yo” digital se vuelve una coreografía pensada no para expresarse, sino para mantenerse visible. Fuera de pantalla, la persona es otra. Muchos perfiles se han vuelto vitrinas de vidas aspiracionales y también por qué no, inspiracionales.
Para un sector, mostrar cansancio o tristeza “no da likes”, así que se esconde, se evita dar a conocer la ansiedad, soledad o agotamiento. La vida se edita para generar un contenido.
Sin embargo, aparece una paradoja: en otros espacios digitales, mostrarse vulnerable también puede viralizarse. El algoritmo lo hace “consumible”, no es la emoción lo que se premia, sino cómo se presenta.
La autenticidad se convierte en estrategia. Incluso el “yo vulnerable” es performático. El algoritmo, estudia, mide, y si algo funciona, exige más. La plataforma no es neutral: ciertos cuerpos, colores, actitudes, estados de ánimo o representaciones sociales captan mayor interés.
Se sube a la red lo que se cree que guste o llame más la atención. Así se moldea el yo digital. Hoy la pregunta ya no es “¿quién eres?”, sino “¿quién pareces ser en redes?”, sobre todo para quienes la identidad se convierte en un experimento público donde visibilidad algorítmica se transforma en el pulso diario del yo digital.