• María José Morales Vargas
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Gaza es un territorio encerrado en sí mismo por una frontera militarizada debido al bloqueo israelí. Se ubica en el borde costero del Mediterráneo oriental, entre Israel y Egipto. Los propios palestinos califican a la Franja de Gaza como la prisión al aire libre más grande del mundo.

El 7 de octubre de 2023 Hamás atacó Israel en respuesta a la ocupación israelí en territorios palestinos y en respuesta a las múltiples atrocidades que Israel había desplegado contra el pueblo palestino. En repliegue a este ataque, Israel emprendió en la Franja de Gaza una ofensiva militar de magnitud, intensidad y duración sin precedentes.

El discurso dominante y occidental construyó una narrativa poniendo a Israel como la víctima. Sin memoria histórica colocaron el 7 de octubre como el punto cero del conflicto. Lo cierto es que el conflicto israelí-palestino se remonta a más de un siglo, con puntos críticos que se fueron acumulando desde el Plan de Partición inicial de las Naciones Unidas de 1947 que exigió la participación de los territorios palestinos en dos estados, uno judío y otro árabe. Con la Guerra de Yom Kippur de 1973 cuando Egipto y Siria intentan recuperar la península del Sinaí y los Altos del Golán, ocupados por Israel. Hasta la reciente guerra entre Israel y Hamás que estalló en octubre de 2023, donde la Franja de Gaza ha sido bombardeada por aire, tierra y mar hasta ser destruida. Cabe mencionar que desde 1947 hasta la fecha la tensión en Medio oriente ha sido permanentemente convulsa.

Lo que más se recienten son las pérdidas humanas, entre ellas niñas y niños. Según lo documenta el Ministerio de Salud de Gaza el número de pérdidas humanas, hasta junio de 2025, se acercaba a las 70 mil, solo las contabilizadas, no incluyendo a los que permanecen bajo los escombros, ni a los desaparecidos. La vida en Palestina ha quedado silenciada en datos fríos, absorbida en estadísticas. En Gaza ya murió (al menos) 2% de la población, es decir, el mismo porcentaje que los sirios muertos en 13 años de guerra civil y el doble del porcentaje de los iraquíes muertos en dos décadas de guerra. Se estima también que alrededor de 1,9 millones de personas (aproximadamente nueve de cada diez de la población de Gaza) han sido desplazada, la mitad son niños y niñas. Israel ha demolido todas las Universidades (incluidos los edificios de la Universidad de al-Azhar en el centro de Gaza), Institutos de Educación Superior y cientos de escuelas gubernamentales y de la Organización de las Naciones Unidas.

 

Edwar Said narra de una mejor manera la situación que encarna Gaza:

“Gaza está rodeada en tres de sus lados por una alumbrada electrificada; aprisionados como animales, los habitantes se ven incapaces de moverse, de trabajar, de vender frutas y verduras que cultivan, de ir a la escuela. Están expuestos a los ataques de aviones y helicópteros israelíes, mientras en tierra son abatidos como conejos por blindados y ametralladoras. Hambrienta y miserable, Gaza es, desde el punto de vista humano, una pesadilla compuesta […] por miles de soldados dedicados a la humillación, el castigo y el debilitamiento intolerable de cada palestino, independientemente de su edad, sexo y estado de salud. Los suministros médicos son retenidos en la frontera, las ambulancias son tiroteadas. Se derriban y arrasan cientos de casas y tierras de cultivo, y se destruyen cientos de miles de árboles en nombre de un castigo colectivo sistemático a los civiles, en su mayoría refugiados como consecuencia de su sociedad en 1948. Gaza se ha convertido en un cementerio para miles de niños y es un infierno para todos los demás”.

 

¿Por qué hablar de Gaza? Porque lo que está pasando en Gaza no es solo una guerra, es un genocidio en el sentido jurídico del término. Es un ataque que trasciende los intereses geopolíticos o económicos y se inscribe en un ataque contra la vida. En el artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) describe el genocidio como un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Justamente, fue sobre esta definición que, a finales de enero de 2024, la Corte Internacional de Justicia dio la voz de alarma sobre el riesgo de genocidio en la Franja de Gaza pidiendo, además, a la comunidad internacional que tomara medidas para tomarle fin.

Amnistía internacional en su informe “Es como si fuéramos seres infrahumanos. El genocidio de Israel contra la población palestina de Gaza” ha documentado crímenes de guerra y actos genocidas cometidos contra la población palestina en Gaza con el fin de destruir su población.

 De igual manera diversos autores y analistas han advertido que estas acciones, emprendidas por Israel, bajo el pretexto de eliminar a Hamás, responden a una estrategia prolongada de limpieza étnica. Esta estrategia incluye el desplazamiento forzado de miles de palestinos del norte de Gaza hacia campos de desplazamiento, la destrucción sistemática de infraestructura civil y el bloqueo de ayuda humanitaria necesaria para la supervivencia. Y es que Israel ha obstaculizado deliberadamente la importación y distribución de bienes esenciales para salvar vidas, así como la ayuda humanitaria. Además, ha restringido suministros eléctricos cuya reducción, junto con los daños y la destrucción, ha conducido al colapso de los sistemas de abastecimiento de agua, saneamiento y atención de la salud. Ha sometido a miles de personas palestinas a detención en régimen de incomunicación y a actos de tortura, entre otros tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Digámoslo con claridad, la violencia israelí contra los palestinos es abrumadora: bombardeos implacables, asesinatos de personas de todas las edades en sus hogares y en las calles, torturas en sus prisiones, técnicas de hambruna en Gaza y despojo de sus viviendas. Que esta inhumanidad no nos sea indiferente, no adoptemos un criterio moral pasivo que convierta la dignidad humana en un significante vacío y sin sentido. Después de todo, como dice Hannah Arendt,  la muerte de la empatía humana es uno de los primeros indicios de que una cultura está a punto de caer en la barbarie.