Hace unos días, un personaje de cuyo nombre prefiero no acordarme emitió –a través de las redes sociales-- palabras que, bajo la apariencia de un juicio personal, se convirtieron en una afrenta colectiva. Dijo, entre otras palabras, del próximo presidente de la Suprema Corte que era un “indecito”. Podría parecer un comentario trivial, un gesto de burla hacia un cargo o una persona. No lo es. Ataca, con precisión y conocimiento, a un pueblo entero: el Ñuu Savi (mixtecos).
No importa si lo que quiso hacer era atacar a una figura pública o una broma de mal gusto. Marco Tulio en sus meditaciones dijo que “es propio de un rey obrar bien y oír hablar mal de él”. Lo relevante aquí es que se lanzó un ataque que trasciende lo individual e institucional y penetra en el terreno de lo colectivo. Al señalar características físicas o culturales no se juzga al hombre, sino a su linaje, a su pueblo, a su historia. Como dicen los lingüistas, se trata de un acto perlocutivo, en el sentido de los actos de habla: al decir algo, se provoca un efecto; en este caso, la descalificación de un pueblo entero. Y no estamos ante la ignorancia: hablamos de una persona con sobrado currículo académico, plenamente consciente del peso de sus palabras y de lo que es un acto perlocutivo.
El pueblo mixteco --sus descendientes-- pilar de la cultura mexicana, ha brillado durante siglos. Alfonso Caso lo reconoció en su obra póstuma Reyes y reinos de la Mixteca, resultado de cincuenta años de investigación, donde cada página es un homenaje a una civilización que supo conjugar el tiempo con la grandeza humana. Entre sus memorias, surge la figura legendaria de 8 Venado-Garra de Jaguar, chamán-nahual de capacidades extraordinarias, nacido en Tilantongo en el año 1023 d.C., cuyo legado sobrevive como semilla en cada descendiente de la Mixteca.
El ataque a través de la discriminación no solo es rechazable; también evidencia ausencia de intelectualidad. Kohlberg explica que los principios morales auténticos trascienden el interés individual y se apoyan en valores colectivos y libertades compartidas. Descalificar a un pueblo entero, con pleno conocimiento de su historia, cultura y aportaciones, es un acto que vulnera esos principios. Por su parte, Charles Taylor, filósofo canadiense, sostiene que las identidades culturales no son meras etiquetas, sino elementos constitutivos del yo. En Multiculturalismo y la política del reconocimiento, argumenta que el reconocimiento de la identidad cultural es esencial para el desarrollo personal y colectivo. Negar este reconocimiento equivale a despojar a los individuos de su capacidad para definirse a sí mismos y, por ende, empobrecer el tejido social y cultural de una comunidad.
Hoy, el pueblo Ñuu Savi no necesita defensores anónimos ni aplausos temporales. Su grandeza está sembrada en su gente, en sus memorias, en su lengua y en su resistencia. Y sin embargo, cada ataque discriminatorio nos recuerda que la intolerancia, disfrazada de opinión personal, hiere no solo a quien es nombrado, sino a toda una civilización. Por eso, alzamos la voz: la burla que pretende reducir siglos de historia a un comentario despectivo es, en realidad, un ataque a la humanidad misma.
Porque cuando se hiere a un pueblo, se hiere a todos.