La pasarela del primer informe
El Zócalo de la Ciudad de México se convirtió en pasarela, y no precisamente de moda, sino de egos políticos con ambiciones bordadas en guinda. Claudia Sheinbaum Pardo cerró su gira del primer año de gobierno y, como era de esperarse, la clase política tlaxcalteca no perdió la oportunidad de desfilar en el escenario nacional, por eso es que desde muy temprano llegaron los soñadores de la gubernatura, listos para posar, tomarse la selfie y redactar el post perfecto en honor a la “Presidenta con A”.
Fue todo un concurso de originalidad, los que se tomaron la foto teniendo el Zócalo de fondo, los que repitieron el discurso de la cuarta transformación con sello propio y los que fingieron un baño de pueblo entre acarreados y banderas, todos queriendo aparecer.
Homerito coreano y amante de los k-dramas
Y mientras tanto, desde la Secretaría de Educación Pública del Estado, Homero Meneses Hernández decidió reinventarse, de funcionario pasó a influencer. En redes sociales lo vimos haciendo el famoso gesto coreano del “Saranghae”, invitando a todos a copiarlo, que no se diga que no hay amor en la 4T.
Pero el problema no es que Homero vea k-dramas, el problema es que sus asesores crean que la imagen de un secretario de educación haciendo corazoncitos con los dedos inspira confianza, sus publicaciones se llenaron de “me divierte” y comentarios que van desde la burla hasta el desconcierto.
A este paso, no sorprendería que en el próximo evento oficial aparezca con subtítulos y música romántica de fondo.
Miguelito el colgado
Y hablando de personajes que aman el protagonismo, Miguel Ángel Covarrubias Cervantes volvió a hacer de las suyas. El exdiputado, autoproclamado héroe del pueblo, se colgó una medalla más, ajena, por supuesto, al presumir la rehabilitación de una calle como logro personal, como si su garganta moviera maquinaria pesada y aprobara presupuestos.
Habrá que recordarle la historia del Rey Carlos VI de Francia, el monarca que creía estar hecho de vidrio, y Covarrubias parece vivir con un síndrome parecido, frágil ante la crítica, pero convencido de su grandeza.
La política tlaxcalteca da para todo, para drama coreano, para comedia y para tragedia. Cada día parece un capítulo nuevo en el reality show del poder local, donde nadie gobierna, pero todos actúan, y Tlaxcala no necesita Netflix, ya tiene su propia serie, con el mismo elenco y sin final feliz.

