Quien quiere volar demasiado alto termina olvidando cómo caminar. Y a la senadora Ana Lilia Rivera Rivera ya se le están enredando las alas en su propia ambición.
Su carrera, antes sólida dentro del partido guinda, hoy parece arena movediza, pues cada paso que da hacia su frustrado sueño de ser la sucesora de Lorena Cuéllar Cisneros, la hunde un poco más con cada discurso, con cada silencio y con cada escándalo que intenta barrer bajo la alfombra del Senado.
¿El más reciente tropiezo? Su propio personal. Al amparo de su oficina, lucró con las instalaciones de la Cámara Alta para gestionar reuniones con alcaldes a espaldas de la Comisión de Defensa que ella misma preside. Y entre los involucrados figura Gerardo Horta Ocaña, un nombre que ya carga con una reputación más que cuestionable.
¿Y la senadora, a caso no supo? No fue su venerado mesías, de quien presume tener su cobijo el que asegura que “nada pasa sin que el presidente lo sepa” entonces, la “senadora del pueblo” no se enteró de lo que pasaba en sus propias narices, pero eso sí, a empujar a sus empleados al fuego mediático exigiendo renuncias.
Porque si algo ha demostrado Ana Lilia es que cuando se trata de asumir responsabilidades, se le borra la memoria, ahí está su “accidente” de febrero de 2024, cuando olvidó apagar su micrófono en el Senado y llamó “p*nche loca” a la panista Kenia López Rabadán, luego vino su disculpa exprés “a veces esas cosas pasan”. Sí, pasan, cuando la soberbia se come la decencia y cuando exhibes tu propia naturaleza corriente y vulgar.
Pero nada retrata mejor su desconexión con la realidad que su declaración patrimonial exhibida en septiembre de 2025: una camioneta de 920 mil pesos y un crédito automotriz de 420 mil. Ni una cuenta bancaria, ni un refrigerador viejo. Nada.
¿De verdad pretende que el pueblo le crea que después de vivir tantos años del erario no tiene ni para un colchón? Esa declaración no es transparencia, es una burla, es reírse en la cara de los ciudadanos que con sus impuestos le pagan el sueldo, los viáticos y las aspiraciones. Es tomar al pueblo por ingenuo y al Senado por su sala de espera de un espacio en la boleta en 2027.
Y todavía tiene el descaro de proclamarse adalid contra la corrupción. La misma que felicitó públicamente a Adán Augusto López Hernández pese a los señalamientos que lo rodean por presuntos vínculos con Hernán Bermúdez Requena.
Eso sí, después borró la felicitación cuando se dio cuenta que le podía costar puntos en su campaña anticipada. La congruencia, como siempre, solo dura mientras el algoritmo lo permite.
Pero su desconexión no termina ahí, en un arrebato de sabiduría, aconsejó a las mujeres del país que el secreto del empoderamiento estaba en sus ahorros. A veces, da la impresión de que Ana Lilia confunde el Senado con un programa matutino de autoayuda.
Y mientras dice que hay que impedir que las “élites del viejo sistema” se incrusten en Morena, se codea con viejos priistas reciclados que hoy presume como compañeros de lucha, no necesita mirarse al espejo, le basta con revisar la lista de sus aliados para darse cuenta de que el viejo sistema no se infiltró en Morena, ella lo lleva en la piel.
Ana Lilia Rivera Rivera dice que “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”, tal vez debería reconocer que ella misma es parte de ese viejo sistema que se niega a soltar el poder, que su ambición de convertirse en titular del ejecutivo en 2027 la está haciendo olvidar que hoy, todavía, es senadora.
Tlaxcala tiene una representante ausente, una legisladora de discursos grandilocuentes y resultados flacos, pero en el tiempo en el que ella sigue soñando con el 2027, su credibilidad se derrumba como castillo de arena.
Y que no se equivoque la senadora, por más que se disfrace de pureza, Ana Lilia Rivera Rivera tiene cola que le pisen… y ya le están pisando fuerte.

