La comunicación política es una herramienta estratégica del poder. En los regímenes democráticos contemporáneos, la relación entre gobierno, medios y ciudadanía se ha transformado radicalmente, situando a la figura presidencial como un actor central en la construcción del relato público (Canel y Sanders, 2012). En el caso mexicano, la llamada “mañanera” se ha convertido en un espacio cotidiano donde la presidenta de la República intenta ejercer control sobre la agenda informativa nacional. Sin embargo, el hecho de que exista comunicación diaria no necesariamente implica que haya una comunicación efectiva o democrática. La pregunta esencial es si estas conferencias realmente comunican o si más bien funcionan como un dispositivo de poder y control discursivo.
Desde su origen, las conferencias matutinas fueron diseñadas como un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas. No obstante, su dinámica evidencia una estructura comunicativa vertical, donde la figura presidencial monopoliza la palabra y condiciona la interpretación de los hechos públicos. Según Charaudeau (2009), el discurso político busca construir una imagen de credibilidad y legitimidad; en este sentido, las mañaneras operan como un escenario informativo en el que la presidenta busca reafirmar su autoridad moral y su cercanía con “el pueblo”, pero en un formato que limita el cuestionamiento periodístico real.
La comunicación política efectiva implica diálogo, reciprocidad y construcción colectiva de sentido (McNair, 2018). En las conferencias matutinas, la comunicación se da de forma unidireccional: la mandataria comunica, pero no escucha. El formato privilegia el monólogo y la exposición prolongada de posturas políticas antes que el intercambio deliberativo. De acuerdo con Sartori (1998), la democracia mediatizada corre el riesgo de transformarse en una “video política”, donde el mensaje se reduce al espectáculo y la imagen. Así, las mañaneras, transmitidas en vivo y amplificadas por redes sociales, operan como una plataforma propagandística que mezcla información, opinión y ataque político, diluyendo las fronteras entre comunicación institucional y comunicación partidista.
En términos de eficacia comunicativa, el discurso presidencial en las mañaneras cumple una doble función: por un lado, refuerza la narrativa de cercanía con la ciudadanía, y por otro, desacredita a los actores opositores o críticos. Según Van Dijk (2005), los discursos de poder utilizan estrategias de polarización entre “nosotros” y “ellos” para consolidar una identidad colectiva favorable al emisor. En las conferencias matutinas, esta polarización se expresa constantemente al dividir el espacio público entre “el pueblo bueno” y “los conservadores”. De esta forma, la comunicación deja de ser un canal informativo para convertirse en una herramienta de confrontación simbólica.
A pesar de ello, no se puede negar que las mañaneras han modificado las prácticas mediáticas tradicionales. Han desplazado la intermediación de los grandes medios y fortalecido una comunicación directa con los ciudadanos (Trejo Delarbre, 2020). Sin embargo, este acceso directo no garantiza pluralidad ni veracidad. La comunicación directa sin contrapesos puede derivar en una narrativa oficialista que excluye voces disidentes y reduce la complejidad del debate público. En este sentido, la estrategia presidencial representa un retroceso para la deliberación democrática, ya que concentra el poder comunicativo en una sola figura.
En conclusión, las conferencias mañaneras sí comunican, pero no necesariamente informan ni democratizan. Comunican en el sentido de imponer una narrativa política y moldear la agenda pública, pero fallan en generar un verdadero diálogo social. La comunicación política de la presidenta, más que ser un ejercicio de rendición de cuentas, se ha convertido en una herramienta de legitimación cotidiana y en un espacio de disputa simbólica por el control del discurso público. Como advierte Habermas (1989), la esfera pública se debilita cuando la comunicación política se instrumentaliza para la autopromoción del poder. En ese sentido, las mañaneras son más un reflejo de la centralización discursiva del régimen que un avance hacia una comunicación verdaderamente democrática.

