• Homero Meneses Hernández
.

Gobernadora del Estado,

Magistradas y magistrados del Poder Judicial,
Legisladoras y legisladores,
Comandantes de las fuerzas armadas,
Presidentas y presidentes municipales,
Servidores públicos, maestras, maestros, jóvenes y pueblo de Tlaxcala:

Hoy nos reunimos al pie de estas Escalinatas de los Héroes —símbolo de una historia que no se rinde, que no olvida y que no claudica— para conmemorar el CXV aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, la Tercera Transformación de la vida pública del país.

La historia no es un museo, es una referencia obligada del presente. La Independencia nos dio nación; la Reforma nos dio Estado; y la Revolución nos dio derechos. Y todas ellas nos recuerdan que el poder nace del pueblo, no de las élites.

Por ello afirmamos con claridad que la Revolución no es un hecho lejano, es una brújula que todavía hoy marca rumbo.

La esencia de la Revolución puede sintetizarse en un hecho contundente. El hartazgo de un pueblo ignorado, explotado y sometido. Un pueblo que decidió recuperar su dignidad y su derecho a participar en la vida pública de la nación. México vivía bajo una dictadura —el porfiriato— que concentró el poder político y económico en pocas manos. Y en Tlaxcala, esa dinámica se expresó en el llamado Prosperato, que reprodujo mecanismos de control, exclusión y privilegio.

Cuando un régimen deja de escuchar al pueblo, el pueblo abre caminos nuevos. Y eso ocurrió en 1910.

Las grandes transformaciones de México siempre han tenido textos que condensan su espíritu:
Los Sentimientos de la Nación de Morelos para la Independencia;
las ideas liberales de Juárez para la Reforma;
y para la Revolución, el Plan de San Luis de Francisco I. Madero.

Pero la fuerza política más profunda vino de las frases que el propio pueblo acuñó y que recorrieron el país entero:

“La tierra es de quien la trabaja.”
“Sufragio efectivo, no reelección.”

Esos principios derribaron un régimen y siguen definiendo el tipo de democracia que queremos construir, una democracia en la que el voto sea libre, respetado y donde nadie pueda imponerse sobre la voluntad de la ciudadanía.

Tlaxcala no fue espectadora; Tlaxcala fue protagonista. Nuestra tierra ha sido siempre territorio de dignidad y de lucha. 

Hoy recordamos a Domingo Arenas, uno de los principales jefes revolucionarios de la región; a Juan Cuamatzi, líder antirreeleccionista vinculado al ideario magonista; y a Carmen Vélez, la Adelita tlaxcalteca que encabezó tropas en 1910 y a quien la Junta Revolucionaria Pro Patria le otorgó el grado de generala.

Recordamos también a Diego Sánchez en Tepehitec; a Gabriel M. Hernández, participante en la toma de Tlaxco; a Benigno Zenteno, quien combinó evangelio y revolución; y a los combatientes Pedro y Juana Morales, Félix Juárez Sánchez, Erasmo Cruz y muchos otros más que integraron brigadas y movimientos locales. Todos ellos forman parte del entramado histórico de nuestra Revolución, documentado en expedientes, archivos militares y relatos comunitarios.

Y junto a ellos, hoy reconocemos la presencia y la memoria de los héroes anónimos, mujeres y hombres que no ocuparon titulares ni recibieron homenajes, pero que dieron la vida por la justicia social. Entre ellos mencionamos especialmente a Jacinto Matlalcoatl Cote, revolucionario tlaxcalteca cuyo legado ha sido reivindicado por historiadores y por su propia familia. Su nombre, que durante años permaneció en silencio, hoy sale a la luz pública y será honrado en este desfile. Es un acto de justicia histórica.

A 115 años de distancia, el país vuelve a sostener un debate crucial, cómo seguir fortaleciendo la democracia para que sea verdaderamente del pueblo, para mejorar las condiciones materiales de las y los trabajadores. 
Así como en 1910 se exigió sufragio efectivo y la no reelección, hoy se discute cómo impedir que el poder económico condicione al poder político; cómo garantizar que ninguna minoría imponga su interés por encima de la voluntad popular; y cómo asegurar que la dignidad laboral sea una realidad plena para todas y todos.

La Revolución nos dejó una enseñanza que sigue vigente. La democracia solo funciona cuando el pueblo es el protagonista, no el espectador.

Hoy, ante la Gobernadora, ante los poderes del Estado, ante las fuerzas armadas y ante el pueblo de Tlaxcala, afirmamos con claridad que la transformación de México no está concluida. Requiere convicción, firmeza, ética pública y un compromiso profundo con nuestra historia. Un rumbo que la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha marcado junto con millones de mexicanos y que en Tlaxcala seguimos por convicción. 

El mandato histórico es claro, ninguna minoría económica debe volver a imponerse sobre la voluntad del pueblo. La democracia debe avanzar, no retroceder. Y desde Tlaxcala, tierra de conciencia y resistencia, refrendamos nuestro compromiso con un México libre, democrático y profundamente humano.

¡Que vivan los héroes de la Revolución!

¡Que vivan los revolucionarios tlaxcaltecas!

¡Que viva Tlaxcala!

¡Que viva México!