En México, ser mujer sigue implicando caminar con cautela. Los datos estremecen por sí solos, más de 70% de las mujeres mexicanas ha experimentado alguna forma de violencia a lo largo de su vida. Cada día, en promedio, 10 mujeres son asesinadas en el país. Y en estados como Tlaxcala, aunque se ha avanzado en política social y en presencia institucional, persisten realidades que desgarran. Violencia familiar que se normaliza, agresiones sexuales que quedan en silencio, niñas y adolescentes atrapadas en dinámicas de miedo en los hogares, en las calles y —esto es muy duro decirlo— incluso en nuestras escuelas.
Hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, no basta con indignarnos; estamos llamados a transformarlo todo, como lo ha planteado con claridad la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, quien ha situado la vida, la felicidad y la dignidad de las mujeres como prioridad nacional.
Se impulsa una agenda firme, feminista y profundamente humanista para desmontar las desigualdades históricas que oprimen a millones de mexicanas. Es una agenda con visión de izquierda, anclada en el principio de que sin igualdad sustantiva no hay democracia, no hay bienestar, no hay Transformación posible.
Vivimos un país donde conviven dos realidades que chocan con estruendo. Por un lado, están las mujeres que hoy ocupan espacios de decisión como empresarias que sostienen economías regionales, profesionistas que abren camino, científicas que transforman paradigmas, y mujeres políticas que conducen instituciones —muchas de ellas forjadas en la lucha social y la izquierda— demostrando capacidad, inteligencia y un profundo compromiso con su pueblo.
Pero del otro lado están los rostros que más nos duelen, el de niñas y jóvenes violentadas en sus hogares, mujeres amenazadas en las calles, y las víctimas de la peor expresión de la desigualdad en la trata de personas con fines de explotación sexual, una herida que Tlaxcala conoce demasiado bien, que nos marcó por décadas y que exige un compromiso ético y político inquebrantable.
No podemos hablar de empoderamiento sin hablar de las mujeres que siguen viviendo en el miedo. No podemos celebrar avances mientras haya una sola niña o mujer que no pueda dormir tranquila en su propia casa.
La violencia contra las mujeres y niñas no aparece de la nada; se aprende, se reproduce y crece en espacios cotidianos. Por eso, las escuelas son hoy un lugar clave de la transformación. Durante años, miles de niñas han sido víctimas de acoso, discriminación o violencia emocional dentro de espacios educativos. Por eso estamos obligados a construir entornos escolares seguros, con bienestar, libres de violencias, donde el respeto sea una práctica diaria y no un discurso vacío.
La Cuarta Transformación abrió una puerta histórica, la del poder con el pueblo, la del Estado como garante de derechos, la de la igualdad como convicción y no como adorno. Pero el siguiente paso exige aún más, necesitamos una revolución de conciencias que transforme las relaciones cotidianas, los hogares, las aulas, las instituciones y las comunidades.
Desde la visión humanista, este 25 de noviembre no es solo un recordatorio; es una consigna. En México no puede haber mujeres de primera y mujeres descartables. No puede haber quienes rompen techos de cristal mientras otras intentan romper el piso de la violencia para sobrevivir. Eso es inaceptable. La izquierda mexicana siempre ha luchado por la vida digna, por la igualdad real, por un país donde el poder sirva al pueblo y no se le imponga. Y la revolución de conciencias apenas comienza.
"No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar.”
Angela Davis
Saludos

