José Romero Tellaeche publica en La Jornada una columna que interpela directamente a todas las fuerzas políticas del país. Puede consultarse aquí: *[https://www.jornada.com.mx/2025/12/05/opinion/024a1eco]*
Romero abre con una observación que no puede ignorarse:
“Desde hace décadas, la mayoría de las fuerzas políticas aprendieron a maquillarse con discursos progresistas que no tocan ni por error las estructuras que sostienen la desigualdad. Ser de derecha quedó asociado al porfirismo; ser de izquierda, a una etiqueta cómoda que cualquiera puede ponerse sin cuestionar el modelo que mantiene al país estancado. Así nació un espejismo útil: declarar principios sin asumir costos, indignarse sin transformar nada.”
La fuerza de esa frase resume un problema que, como país, ya no podemos aplazar, se trata de la distancia entre el discurso y la transformación real. Señalarlo no implica polarizar; implica asumir con responsabilidad que una nación que aspira a justicia requiere también ideas sólidas, prácticas coherentes y una izquierda que no tenga miedo de interpelarse a sí misma.
Esta reflexión coincide con el conversatorio que sostuve ayer en El Colegio de Tlaxcala, A.C., institución académica donde se estudia el desarrollo regional. Ahí planteé la urgencia de discutir las perspectivas del Humanismo Mexicano; por cierto, tenemos una compilación de reflexiones que se han plasmado en un libro del que participé como coautor. Sostuve —como lo he venido diciendo públicamente— que este concepto sigue en construcción, y que nuestra tarea es convertirlo en una propuesta capaz de orientar decisiones de política pública y decisiones de Estado, como de hecho ya está plasmado en el Plan Nacional de Desarrollo 2025-2030.
Reconozcamos que aún nos llevará tiempo superar la estética discursiva y darle al Humanismo Mexicano un cuerpo de ideas que pueda dialogar con las grandes tradiciones políticas del país. Y, en ese proceso, encuentro una coincidencia de fondo con lo que propone José Romero, que se entiende en la necesidad de construir una izquierda nacional, surgida de nuestra propia historia y de los desafíos reales que viven las y los mexicanos.
Una izquierda nacional implica algo más que una identidad ideológica. Implica mover estructuras económicas, enfrentar las viejas prácticas de manipulación política, y desmontar inercias que han limitado el desarrollo del país. Implica recuperar —con serenidad y firmeza— la capacidad de disputar el sentido del poder, no para concentrarlo, sino para devolverlo al pueblo.
El Humanismo Mexicano debe aspirar a convertirse en esa izquierda nacional, con ética, transformadora, y profundamente democrática. Una izquierda que avance hacia el poder del pueblo, con la convicción que solo otorga la claridad de las ideas. Una izquierda que no dependa de estridencias ni de protagonismos, sino de la fuerza del argumento, de la coherencia en la acción pública y de un horizonte de nación compartido.
Romero advierte, con razón, que una izquierda sin proyecto de nación “se queda administrando el presente”. México no puede conformarse con eso. El país necesita pensar a largo plazo, articular una visión y gestión, actuar sin miedo ante los cambios que exige la justicia social.
El conversatorio de ayer y la columna de hoy no se pueden quedar en autocrítica, deben señalar un camino. Si queremos que la transformación sea duradera, debemos construir —con reflexión seria y compromiso ético— una izquierda nacional a la altura de nuestro tiempo, no es fácil, hay inercias, poder, dinero, intereses y un largo etcétera.
El Humanismo Mexicano es una semilla para ese proyecto. Dependerá de nuestra claridad en las ideas, de nuestro trabajo colectivo y de nuestra capacidad de escuchar y aprender, que esa semilla se convierta en un árbol que dé sombra a las próximas generaciones.
Esta reflexión la hago en el contexto de la celebración por siete años de gobierno de la Cuarta Transformación. Debemos tener claro que el ejercicio del poder desgasta, se puede debilitar y reproducir las viejas y detestables prácticas de manipular en lugar de persuadir; de condicionar, en lugar de convencer; de obligar en lugar de generar aliados.
Por ello en el contexto de este séptimo aniversario, estamos llamados a transformar nuestra práctica inmediata, debemos hacer de nuestra preocupación una ocupación, sino seguiremos reproduciendo prácticas corruptas amparados con la idea de sentirnos indispensable.
Con afecto,
Homero Meneses Hernández
5/12/25

