Llama la atención al transitar por las calles de cualquier municipio de nuestra entidad federativa, los recientes monumentos que se han construido. Por ejemplo, el monumento a la familia que se encuentra ubicado a un costado de la Casa de la Cultura del municipio de Tlaxcala, o su ingente asta bandera. Seguramente el motivo de la construcción de dichas obras obedece a una justificación presuntamente de carácter estético; sin embargo, y a afecto a corroborar que tan válido es dicho argumento vale la pena reflexionar sobre el valor que se le concede a un monumento o estatua en el mundo.
Un monumento (del latín monumentum, recuerdo») se puede definir como “toda obra, preferentemente arquitectónica, con algún valor artístico, histórico o social para el grupo donde se erigió.” De forma inicial, el término se aplicaba exclusivamente a la estructura que se construía en memoria de un personaje o de un acontecimiento relevante, pero su uso fue extendiéndose y ha llegado a comprender cualquier construcción histórica enclavada en un núcleo urbano o aislada en el medio rural.
En contraste, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), señala cómo patrimonio cultural a los monumentos considerados como: “obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales…que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia”.
Por tanto, podemos concluir que la primera definición es muy subjetiva, pero aplicable a la mayoría de los monumentos hoy analizados, puesto que ninguno de ellos encaja, ni por error, en la definición de la UNESCO.
Dado lo anterior, considero válido cuestionar el gasto del erario municipal en la construcción de dichos monumentos. Somos una entidad federativa conformada por municipios con escasos recursos económicos y una generación de ingresos propios muy baja, además de ser altamente dependiente de las participaciones y aportaciones tanto federales como estatales.
Las calles de las colonias de nuestros municipios tienen múltiples baches, abundantes topes, escasa e inadecuada señalización; carecen de puentes peatonales, acotamientos, paradas oficiales de transporte colectivo y son deficientes en su alumbrado público.
Si como habitante de cualquiera de nuestros municipios usted tuviera la oportunidad de decidir sobre el uso de sus recursos: ¿preferiría la erección de un monumento antes que pavimentar su calle?; ¿Colocaría un asta bandera en su comunidad o instalaría alumbrado público de calidad por las calles que transita?; ¿remodelaría la glorieta ubicada frente al recinto ferial antes que instalar un puente peatonal que pudiera prevenir o incluso salvar la vida de los transeúntes?
No es intención de quien escribe menoscabar los trabajos de embellecimiento de nuestras municipalidades, pero tal parece que se antepone la estética arquitectónica, -que por cierto es muy costosa-, a la imperiosa necesidad de tener una infraestructura de primer mundo que influya radicalmente en la seguridad de los transeúntes y conductores; que influya en su salud- al evitar problemas de columna-; que influya en el ahorro de llantas pinchadas y amortiguadores destrozados; en fin, que influya en lo que los especialistas llaman una mejor calidad de vida.
Más aún, las carreteras y caminos bien pavimentados, señalizados y alumbrados pueden ser referente a nivel nacional e internacional para atraer inversión directa o turística pues no olvidemos que la infraestructura carretera es un factor determinante en la elección de uno u otro territorio para atraer inversiones foráneas, según organismos internacionales como la CEPAL.
Autor: Mtro. Marco Antonio Muñoz Sánchez
Abril de 2014