En política, dice el viejo proverbio, hay que saber tejer fino, y Alfonso Sánchez García, presidente municipal de Tlaxcala, parece haber tomado esa lección como brújula de su administración.
Por un lado, se le ha visto recorrer calles y colonias, encabezando audiencias públicas donde escucha incluso a los ciudadanos que llegan con reproches, exigencias o quejas, y en ocasiones lo que inicia como un reclamo colectivo termina convertido en largas caminatas de dos horas en las que el edil presta atención directamente a los vecinos sin intermediarios, mostrando oficio político para transformar la confrontación en diálogo.
Sin embargo, el otro costado de esta estrategia revela que el alcalde no pierde de vista la importancia de los espacios de poder. Su presencia en actos junto a la gobernadora Lorena Cuéllar Cisneros, como sucedió en la reciente reapertura de la Unidad de Bienestar para tu Nutrición en Tizatlán, o en foros de alto perfil como “Tlaxcala: una nueva historia de justicia”, o su asistencia en la renovación del Poder Judicial, evidencia que su apuesta no se limita a la calle, también busca mantener un lugar visible en la élite política, donde se toman las decisiones de mayor peso.
Incluso en eventos sindicales, como la conmemoración del Día del Empleado de la Secretaría de Educación Pública, organizado por el Sindicato 7 de Mayo, de esta manera Sánchez García ha sabido mostrarse cercano a los trabajadores, pero también alineado con los liderazgos gremiales.
El resultado es un doble rostro político, un alcalde que se presenta como “uno más” en medio de la ciudadanía, pero que al mismo tiempo cuida con esmero sus vínculos con las altas esferas, construyendo su propia narrativa, la del político que sabe moverse tanto en las banquetas como en las alfombras rojas.
En Tlaxcala, como en la política mexicana en general, la línea entre cercanía auténtica y cálculo estratégico suele ser tan delgada como el hilo con el que se teje el poder.

