En el laberinto de la comunicación política, Tlaxcala se encuentra en una encrucijada. El epicentro del problema no reside en los bots ni en las sombras digitales, sino en el corazón mismo del mensaje: su vocero (voz cero). Un cargo que, lamentablemente, parece librar una batalla constante contra su propia negligencia y la falta de experiencia.
La comunicación gubernamental, en lugar de ser un puente, se ha convertido en un obstáculo. Las declaraciones, en lugar de aclarar, confunden. Las estrategias, en lugar de conectar con la ciudadanía, la alejan. El resultado es un desconcierto generalizado, donde la información se diluye y la confianza se evapora.
En esta lucha, el vocero parece buscar desesperadamente un culpable externo. Y, como un reflejo en el espejo, ha encontrado en "los bots" el chivo expiatorio perfecto. La estrategia, aunque comprensible desde la óptica de la supervivencia política, es un error. Señalar a otros no soluciona el problema de fondo: la falta de habilidades para comunicar de manera efectiva.
Es hora de que el vocero entienda que el enemigo no está en las redes sociales ni en los detractores. El verdadero desafío reside en su propia capacidad para transmitir un mensaje claro, conciso y convincente. Debe dejar de buscar "chichis a las víboras", como diría el clásico, y enfocarse en fortalecer sus propias herramientas.
Tlaxcala merece una comunicación gubernamental que informe, dialogue y construya. Pero eso solo será posible cuando el vocero decida dejar de luchar contra fantasmas y comience a combatir su propia ineficacia. El futuro de la comunicación de este gobierno depende de ello.

