• Horacio González
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El gobierno de Lorena Cuéllar Cisneros atraviesa por su peor crisis. Los buenos augurios que le daban haber sido la mujer más votada de la historia de Tlaxcala, han dado un giro de 180 grados, y ahora todo apunta a ser una de las peores administraciones de la época moderna del estado.

No es poca cosa de quien se esperaba mucho, sobre todo por los obstáculos que había tenido del entonces gobernador Mariano González Zarur para pararla en seco en sus aspiraciones de ser senadora para de ahí buscar la gubernatura. Los mismos procedimientos antidemocráticos del que fue objeto, los ha aplicado y los aplica a varios personajes, que ven en la mandataria estatal un dique en el avance de la democracia.

Su celebración realizada el pasado sábado en la plaza de toros de Apizaco es fiel reflejo de su talante autoritario. Efectivamente, la gente no acudió por sus propios fueros, sino por el compromiso y la presión ejercida por funcionarios incrustados en el aparato gubernamental de la administración pública estatal y de un número nada menor de alcaldes.

Sin embargo, debido a que Cuéllar Cisneros vive en una burbuja creada por sus más cercanos colaboradores, sobre todo por quien despacha en la Secretaría de Gobierno, no ve la realidad. La verá, seguramente, cuando concluya su administración, la cual vive en agonía.

Ese tipo de actores son los que el Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no requiere en sus filas. Y no los necesita porque crea en la gente que votó por un cambio, una completa desilusión.

Sus agentes de Gobernación deben tener demasiados reportes apilados en esa dirección, la del desencanto, pero que se lo hagan saber a la gobernadora sería demasiado pretensioso. Tal vez de esos reportes tenga conocimiento la Presidencia de la República, si contara con files colaboradores. Pero eso no corresponde decirlo a este escribidor.
El Morena de Lorena Cuéllar Cisneros y de Marcela González Castillo es el mismo que se creía ya desaparecido, que existe ahora completamente disminuido y que representa a lo que se conoce como el viejo régimen. Ejemplos hay, y de sobra.

El acarreo de gente a eventos públicos encabezados por la titular del Ejecutivo, con el único objetivo de vitorearla. Discrecionalidad y opacidad en el manejo de los recursos públicos, a tal grado que ciertos temas han sido encasillados para abrirse después de 2027. Corrupción a más altos niveles, no vista ni siquiera en los tiempos del panismo orticista.

Nepotismo como en la época de José López Portillo, quien nombraba a su hijo con altísimo orgullo en cargos dentro de la administración pública, como seguramente hoy lo hace la mandataria con sus hijas en el DIF Estatal y en Bienestar, o con su cuñado en la Secretaría de Gobierno. Lo mismo que vimos en el nombramiento de su yerno Antonio Flores Sánchez como notario, en claro acuerdo con el entonces priista, ahora convertido en morenista, Marco Antonio Mena Rodríguez.

Son muchos pecados para apenas cuatro años. Pero viene lo mejor: ante la cercanía del proceso electoral que se avecina, viene la presión política para alcaldes, regidores y presidentes de comunidad, a fin de apoyar a su alfil en la sucesión gubernamental. ¿Cómo lo hace? Habría que preguntárselo al Órgano de Fiscalización Superior (OFS), de donde proviene la alineación.

Es mentira que el PRI se haya ido de Palacio de Gobierno, más bien se viste de color guinda con el nombre de Morena. Por eso mucha gente se desilusiona cada vez más de este instituto político y de este gobierno que encabeza Lorena Cuéllar.

Esa misma gente, sin embargo, sabe que sí, efectivamente, hay un cambio dentro Morena que no lo representa ninguno de los alfiles impulsados por la mandataria estatal, llámese Alfonso Sánchez García, Homero Meneses Hernández o Josefina Rodríguez Zamora. El nombre del cambio es el que encabezan las encuestas: Ana Lilia Rivera Rivera. Y eso es lo que duele en el corazón del lorenismo.