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- Contradicción de “Grandeza” desde la historia de Tlaxcala y los Murales de Disiderio H. Xochitiotzin.
Investigaciones especiales
El libro “Grandeza”, publicado en noviembre de 2025 por el expresidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se presenta como un esfuerzo por reivindicar el legado de las civilizaciones mesoamericanas, al que el autor denomina "la civilización negada". En sus más de 600 páginas, AMLO busca desmontar lo que califica como una "historia inventada o tendenciosa" por los conquistadores españoles y perpetuada por oligarquías coloniales y neoliberales. El texto enfatiza la grandeza cultural, ética y social de pueblos como los olmecas, mayas y mexicas, negando prácticas como los sacrificios humanos masivos y el canibalismo ritual, y atribuyendo virtudes contemporáneas mexicanas como la libertad, fraternidad y la honestidad, directamente a ese legado prehispánico.
Este enfoque, enmarcado en el "humanismo mexicano" que AMLO propone como ideología fundacional de su Cuarta Transformación (4T), ha generado un debate inmediato entre historiadores y académicos mexicanos. Si bien el libro resalta con acierto la contribución indígena a la identidad nacional y critica el eurocentrismo historiográfico, incurre en contradicciones ideológicas y errores factuales que distorsionan el pasado. Basado en fuentes confiables como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el Códice Florentino y obras de historiadores como “Grandeza”, contrastándolas con la evidencia histórica rigurosa.
La Negación de Prácticas Rituales: Un Revisionismo Ideológico sin Sustento Arqueológico
Uno de los pilares más controvertidos de “Grandeza” es la afirmación de que los relatos sobre sacrificios humanos y canibalismo en Mesoamérica son "prejuicios perniciosos e inhumanos" inventados por Hernán Cortés y sus cronistas para justificar la conquista.
AMLO sostiene que estas narrativas, basadas en fuentes como la “Carta de Relación” de Cortés o los escritos de fray Bernardino de Sahagún, responden a una "calumnia histórica" anglosajona o española, similar a la "leyenda negra" contra el imperio hispano. En su lugar, el libro exalta un México prehispánico idílico, donde la ausencia de propiedad privada, esclavitud o oligarquías garantizaba una sociedad igualitaria y ética.
Esta tesis choca frontalmente con la historiografía mexicana consolidada, por ejemplo, el antropólogo e historiador Miguel León-Portilla, en obras como “La filosofía náhuatl” (1956), no niega los sacrificios, sino que los contextualiza en la cosmovisión mesoamericana: eran rituales para "alimentar" al sol y asegurar el ciclo cósmico, documentados en códices indígenas como el “Códice Mendoza” y el “Códice Florentino” (compilado por Sahagún con informantes nahuas en náhuatl y español).
Evidencias arqueológicas, como los restos en el Templo Mayor de Tenochtitlán (excavados por el INAH desde 1978), confirman miles de sacrificios, incluyendo cráneos en el tzompantli y marcas de desollamiento asociadas a deidades como Xipe Tótec (“Nuestro Seór el Desollado”)
El historiador Enrique Florescano, en “Mitologías hoy” (2008), argumenta que minimizar estos ritos equivale a imponer una moral contemporánea anacrónica, ignorando que formaban parte de un sistema religioso complejo, no de una "barbarie" inventada.
La contradicción radica en el uso selectivo de fuentes: AMLO cita a Guillermo Bonfil Batalla (“México profundo”, 1987) para exaltar la "vigencia" indígena, pero omite que Bonfil no niega los ritos, sino que critica su instrumentalización racista por la historiografía colonial.
Historiadores como Guilhem Olivier en “Tzompantli y sacrificios en el mundo náhuatl”, de 2005 y Christian Duverger en “La fleur létale”, de 1979, documentan el canibalismo ritual en contextos guerreros nahuas, con frases en náhuatl como “qui quaya in tlacanácatl” ("comemos carne humana") del propio “Códice Florentino”.
Al negar estos elementos, “Grandeza” no solo comete un error factual, desmentido por evidencias físicas del INAH, sino que contradice su propio llamado a una historia "con pruebas y argumentos", optando por una narrativa moralizante que proyecta la 4T sobre el pasado.
El Idealismo Económico y Social: Ausencia de Oligarquías y Propiedad Comunal Absoluta
AMLO afirma en “Grandeza” que en Mesoamérica no existía "propiedad privada, ni esclavitud o trabajo asalariado, ni oligarquía", con la tierra en manos comunales y tributos como mera "obligación" que permitía "vivir en libertad". Esta visión utópica se presenta como antídoto al neoliberalismo, vinculando directamente el "humanismo mexicano" prehispánico con las políticas de la 4T.
Sin embargo, la historiografía revela una sociedad estratificada. El historiador Pedro Carrasco, en “Cuauhtinchan y sus centros ceremoniales” (1999), describe el imperio mexica como un sistema tributario imperial con élites tlatoque (gobernantes) y sacerdotes que controlaban recursos, similar a una oligarquía. La esclavitud existía como “tlacotli” (prisioneros de guerra convertidos en sirvientes), documentada en el “Códice Durán" (del fraile dominico Diego Durán).
Enrique Semo, en “Historia del capitalismo en México” (1973), señala que el “calpulli” (unidad comunal) coexistía con tierras reales y templarias, no exenta de desigualdades. La contradicción es evidente: al idealizar esta estructura, AMLO ignora conflictos internos, como las guerras floridas entre ciudades-estado (como las protagonizadas por Mexicas y Tlaxcaltecas), que alimentaron el ciclo de tributos y sacrificios. Historiadores como Ross Hassig (“Aztec Warfare”, 1988) argumentan que esta omisión simplifica una historia dinámica, proyectando un igualitarismo anacrónico para legitimar su narrativa política.
La Conquista como "Invención" y el Olvido del Mestizaje: Una Visión Maniquea
El libro califica la Conquista como una "invasión" que impuso un "estigma de masoquismo" y racismo, inventando calumnias para sojuzgar a los indígenas.
AMLO critica el eurocentrismo, pero su relato maniqueo —españoles como villanos absolutos, indígenas como víctimas puras— contradice la complejidad del mestizaje. Octavio Paz, en “El laberinto de la soledad” (1950), describe la Conquista como trauma fundacional que genera la identidad mexicana híbrida, no una mera interrupción.
Figuras como Hernán Cortés contaron con alianzas indígenas (sobre todo con los tlaxcaltecas), y el mestizaje cultural —del náhuatl al español, de códices a crónicas— es el sustrato de México moderno.
Esta omisión es ideológica: al priorizar lo prehispánico, “Grandeza” ignora contribuciones coloniales como la evangelización sincrética o el arte virreinal que dio inicio en la antigua República de Tlaxcala, perpetuando un esencialismo indígena que historiadores como Enrique Krauze critican como "retrotopía", una utopía fabricada del pasado para fines políticos.
Krauze, en ensayos como “Siglo de caudillos” (1993), advierte contra narrativas que deshumanizan el pasado, convirtiendo héroes en demonios.
Héctor Aguilar Camín, en “La guerra de Galio” (1978), explora el mestizaje como motor de contradicciones nacionales, no como disrupción menor.
Conclusión: Propaganda Más que Historia
“Grandeza” es un acto político valioso por visibilizar el legado indígena, pero sus contradicciones —negación de evidencias arqueológicas, idealización económica y maniqueísmo— lo convierten en una "fabulación histórica" al servicio de la 4T.
Historiadores como León-Portilla y Florescano nos enseñan que la historia mexicana es un tapiz de claroscuros: grandeza y violencia, mestizaje y resistencia. Al imponer una moralina contemporánea, AMLO no enriquece el debate, sino que lo polariza, recordándonos la advertencia de Paz: "La historia no es un cuento de hadas". Para una comprensión auténtica, recuramos a fuentes rigurosas, no a relatos que, como la Conquista misma, sirven a poderes del presente. Solo así honraremos la verdadera grandeza de México: diversa, contradictoria y humana.
CONTRADICCIONES EN "GRANDEZA" DE AMLO FRENTE A LOS MURALES DE DESIDERIO H. XOCHITIOTZIN
En su libro “Grandeza* (noviembre 2025), AMLO propone entonces una reinterpretación histórica que reivindica a los pueblos originarios como fuente de ética y bondad mesoamericana, desmontando la "historia falsa", según él, de los conquistadores. Critica duramente la invasión española como un acto de codicia y violencia, marcando indígenas con hierros reales para esclavizarlos, y niega o minimiza prácticas prehispánicas como sacrificios humanos masivos, tachándolas de invenciones para justificar la conquista.
Esta visión unifica a los indígenas como víctimas colectivas de un eurocentrismo racista, ignorando divisiones internas.
En contraste, los murales “Historia de Tlaxcala y sus aportaciones a la Mexicanidad” (1957-1990), del tlaxcalteca Desiderio H. Xochitiotzin en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala, ofrecen una narrativa regional matizada: celebran la prehispanica tlaxcalteca, con rituales como sacrificios gladiatorios a Camaxtli y la figura heroica de Tlahuicole en Tenochtitlán, y presentan la alianza tlaxcalteca con Cortés no como traición, sino como liberación del yugo mexica. Y a Tlaxcala como cuna del mestizaje, la evangelización y la identidad nacional.
Xochitiotzin, cronista riguroso, integra códices y tradiciones para exaltar la "grandeza", sí, pero la tlaxcalteca sin idealizarla ni demonizar uniformemente a los españoles.
La contradicción radica en el enfoque: AMLO homogeneiza la conquista como genocidio invasor, eclipsando la aportación tlaxcalteca que Xochitiotzin resalta como fundacional de México. Mientras el libro busca "echar abajo" narrativas coloniales, los murales las reescribe desde una perspectiva indígena aliada, cuestionando la pureza victimaria que AMLO defiende y evidenciando tensiones en la "grandeza" mexicana.


