- Apizaco
Apizaco, Tlax.- La máquina de vapor 212, ahora convertida en monumento, fue el 5 de mayo de 1964 cuando despidió a la fuerza tractiva de vapor, era el parteaguas cambiando a máquinas eléctricas diésel, para el movimiento de trenes.
Armando Bautista Rosas, cronista del municipio de Apizaco y director del museo “Casa de Piedra”, recuerda ese día, cuando luego de días de preparación de la vía, que fue sacada de un ramal, de ingeniería para ubicarla en su pedestal.
Realmente fue desde 1945 cuando las máquinas de vapor fueron condenadas a desaparecer, dejaron de fabricarlas, para abrir paso a las modernas locomotoras de diésel.
Esta actividad se consumó totalmente en 1960 cuando las máquinas de vapor se fueron a la chatarra, solo algunas como la 212 que a petición de los propios ferrocarrileros fue donada por la empresa Ferrocarriles Nacionales de México.
Esto ocurrió una calurosa mañana del 5 de mayo de 1964, fue trasladada con gran alboroto y una comedida participación del gremio ferrocarrilero, cientos de familias y gente del pueblo presenciaron el acontecimiento histórico.
Todo inició el 23 de abril de ese año, cuando comenzaron los preparativos, la vía se metió por el escape de los almacenes de Cemsa, que luego se transformaron a Umpasa.
Por ahí salió la vía para la glorieta de la 16 de septiembre, se trataba de una vía provisional.
“Yo era director de patio, cuando fue trasladada, recuerdo que todos los ferrocarrileros, viejos y nuevos lloraron, porque cuando la máquina llegó a su destino final, su caldera ya casi no tenía presión.
Durante el recorrido su caldera ya no funcionaba bien, la tuvieron que alimentar con mucha leña, pero no era suficiente, no alcanzaba a levantar la presión para mover a la gran mole de acero.
Se tuvieron que quemar estopas pasadas por aceite y petróleo, para que tuviera todavía el suficiente vapor para mover sus ruedas.
El maquinista jubilado, Ismael Brito, hacía denodados esfuerzos por cumplir su cometido, pero costaba mucho trabajo hacer mover a la locomotora, a cada segundo perdía fuerza y su potencia se extinguía.
Finalmente el maquinista quería hacer alarde y al hacer sonar el silbato de vapor de la locomotora, como ya tenía poco vapor, parecía que la máquina se quejaba, era muy doloroso el sonido que emitía, se estaba despidiendo.
Todos los ferrocarrileros lloraron como los hombres, sacaron sus paliacates y tenían los ojos enrojecidos, al quejido de la máquina la piel se enchina, una emoción muy fuerte de solidaridad y compañerismo se hizo presente.
Porque fueron muy queridas las máquinas de vapor, luego vinieron las máquinas a diésel, siempre hubo corridas con trenes de pasajeros, luego vino el servicio de autovía de Apizaco a Tlaxcala.
Se trataba de un tren moderno, rápido y de excelente servicio en su interior, con motores de alta tecnología Fiat, el primero fue en 1968, acabaron despedazados en accidentes, eran motores finísimos incluso Roll Royce.
Sin embargo era un servicio social, luego se revivió en los ochentas el tren suburbano de Apizaco a Puebla, incluso en la Angelópolis se construyó un paradero, pero igual se suspendieron las corridas.
Por eso lo menos que pudieron haber hecho, cuando privatizaron a los ferrocarriles, hubiera sido acertado obligar a la empresa compradora a que sostuviera las corridas de trenes de pasajeros, para ayudar a la gente pobre de los pueblos.
Pero nunca se ha pensado en el pueblo, porque debería de ser un servicio social prestado por el Estado, aunque cabe recordar que en México mientras los ingleses administraron al ferrocarril todo era puntualidad y cumplimiento.
La debacle vino con la expropiación en 1990, con la modificación de la ley, en su artículo 128 y se lleva a cabo durante el sexenio de Ernesto Zedillo, aunque desde 1948, con Lázaro Cárdenas comenzó la debacle.
En Apizaco se trabajaba en cinco ramas, transportes, talleres, departamento de vía y conexos, comunicaciones y oficinas, cada una tenía especialistas patieros, maquinistas, truqueros, hojalateros, carpinteros, electricistas, había de todo.
Pintores, torneros, tapiceros y también tenían sus anexos, además de las especialidades como peón de vía, mayordomo, supervisor, puentes y edificios, albañiles, maestros y hasta herreros.
Era un mundo de gente, la “Universidad de la Vida”, en Apizaco llegaron a trabajar hasta tres mil 500 trabajadores, además de maquinaria de todo tipo, hasta que esta actividad se redujo en 1959, cuando surgió el movimiento vallejista.
Entonces salieron más de dos mil gentes reajustadas que tuvieron que emigrar, otros fueron recontratados y ahí comenzó la debacle del ferrocarril en Apizaco, sin embargo la ciudad de Apizaco se negó a morir.
En 1996, sale el último tren de pasajeros de la estación de Buenavista.
Luego los talleres de Apizaco fueron a la baja, los trabajadores cambiaron sus costumbres, la cultura de la puntualidad y la pulcritud.
Las calles de Apizaco se llenaban de azul con los uniformes de los ferrocarrileros, sus gorras características y su pañuelo o paliacate rojo anudado al cuello. Lo mismo que en los trenes de uniforme azul marino.
Con casimir “grano de pólvora”, calcetines y corbata negra, muy bien aseados, rasurados y alineados, pero luego vino la declinación, tras los reajustes comenzó el desorden en el interior de los talleres.
Pero queda constancia en la memoria del pueblo el valor de los ferrocarriles, hay una huella profunda en Apizaco, muestra de esta grandeza es la máquina 212, que ha quedado como muestra de las futuras generaciones de un origen ferrocarrilero y glorioso de este rincón de Tlaxcala.