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  • Roberto Nava Briones
Entre festejos, lágrimas y pobrezas se vivió un día de las madres más

Una flor, una canción, una lágrima, un recuerdo, el lugar vacío en una mesa, una mano se queda estirada esperando, la cama aguarda inútilmente el lugar de quien fue la compañera de una vida y con quien se procreo una familia.

En contraste, una serenata improvisada, flores, regalos, eventos capitalizados por gobernantes y politiquillos por doquier, sirven para reconocer a esa madre que todos tenemos o tuvimos la suerte que nos enseñará y nos guiará en gran parte de nuestro peregrinar, pero al fin y al cabo un reconocimiento a ese ser que tiene la fortuna de dar vida a otra vida.

Festejos son lo de menos, donde la mercadotecnia opera en toda su intensidad, calles y negocios repletos de compradores ávidos de llevar un presente a quien nos cargó en su vientre por varios meses.

Los cementerios abarrotados, decenas de tumbas olvidadas, un arreglo floral, una simple flor y una lágrima, nos transporta a ese recuerdo de ese ser maravilloso llamado mamá, madrecita, jefa, madre, jefecita, mami, gordis.

Minutos van, minutos vienen, el reconocimiento a la madre es lo de hoy sin importar que por la mañana al salir, ni un gracias o un beso por la oportunidad que nos dieron de vivir.

Las deudas, preocupaciones y hasta vejaciones, son olvidadas por este día -10 de mayo- mientras en las calles una mujer con un hijo a cuestas busca llevar el sustento porque fue abandonada tras quedar embarazada.

Un burdel, una oficina, un puesto de elección popular, una profesionista, una delincuente no las hace diferentes todas pueden dar vida a otra vida, quizás unas antes otras después pero al fin y al cabo son el símbolo y cimiento de la sociedad.

No pasa desapercibido el día de las madres en aquellas que en su día deben trabajar, despachando gasolina, en una caja del centro comercial, como empleadas ofreciendo alguna prenda, un helado o algo que poder degustar.

Una banca en el parque el lugar ideal para festejar, un pollo rostizado, papas fritas y un refresco, suficientes para demostrar que una madre no requiere lujos, ni grandes ramos o costosos regalos en un día impuesto como el dé mamá.

Muere lentamente el día de las madres, a una de ellas ese día sus hijos sepultaron, queda su sepulcro lleno de flores y muchas de sus nuevas vecinas olvidadas en un mundo donde se agotaron los valores.

De a diez lleve las flores de a diez, oferta una mujer en un crucero vial dos rosas rojas a quien le pregunto ¿por qué no mejor festejar? “no señor prefiero trabajar comer un pan o un pastel no va a desaparecer mi necesidad”, responde la trabajadora mujer, ¿entonces porque te debo comprar?, le inquiere este servidor; “para que tengas que regalar, las llevas oh no ya que la luz del  semáforo va a cambiar”, claro pero de a diez.

Acabó pues el festejo, regresó la realidad, lavar trastos, limpiar la casa, esa es la realidad al trabajo cotidiano y otro año esperar, porque solo en 10 de mayo las debemos festejar.

 

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