Mario González tiene el rostro cansado y castigado por el intenso sol que cae en Chilpancingo, los ojos se le cierran por la falta de horas de sueño y sus pies ya están hinchados de tanto caminar; las sandalias están por romperse por las grandes distancias que ha recorrido por todo el estado de Guerrero, pero orgulloso de su fe en que su hijo sigue con vida.

Obrero de oficio y con manos callosas muestra la foto de su vástago de 21 años que, al igual que él, es oriundo de Tlaxcala y es uno de los 43 jóvenes desaparecidos por policías del municipio de Iguala el pasado 27 de septiembre.

La ilusión de su hijo, cuenta, era terminar su carrera como maestro, inspirado por haber participado en las jornadas de extramuros en la sierra tlaxcalteca. Por invitación de amigos en Chilpancingo emprendió el viaje sin saber que sería secuestrado.

“Mi negro era de esos que te cae bien, se ganaba tu confianza y te ayudaba, nunca era de esos peleoneros, era más bien mujeriego el cabrón, tenía unas tres por acá y una de ellas me marcó para preguntarme cómo estaba, me pidió que me calmara y que todo saldrá bien. Créeme que esa sensación de que está vivo la tengo bien fuerte, es esa confianza que como padre no puedes describir. Lo sé, está vivo y me lo voy a llevar vivo, estará bien madreado porque seguramente me lo maltrataron mucho, pero me lo voy a llevar”, levantó la mirada al cielo como en señal de deuda con el supremo.

El instinto asesino

Mario aseguró que estos eventos provocan que los padres cambien de faceta, esa que tanto critican a los delincuentes debido a la ineficacia de los políticos: volverse asesino por venganza. “Yo se lo dije al gobernador en su cara, si hubiera sido su hijo lo encuentran en menos de media hora porque usted es influyente, pero a nosotros ¿qué nos dicen? Aguanten dos o tres meses para ver los primeros resultados y todo por ser pobres.

“Pero que quede claro: sabemos cuántos policías involucrados en este caso siguen libres, para secuestrar a sus pinches hijos y matarlos, hacerlo pedazos, diente por diente para que vean lo que uno sintió cuando pasó eso, pero lo analizo y creo que no tengo, aún, la sangre fría para hacerlo”, confiesa el hombre de 54 años, bajo de estatura y delgado.

A simple vista parece inofensivo, pero al configurar su posible venganza, la mirada y el rostro le cambia, la furia y la desesperación son evidentes y sólo se conforma con apretar los dientes y mirar al vacío. Como si en ese punto pudiera ver a su hijo.

“Insisto en que si eres pobre te va mal y les vale un carajo si los encuentran o no, si no son animales para que nos digan, ¡chin, si lo mataron, ya ni modo!”.

Rogar y confiar

El padre de tres hijos asegura que César siempre fue su consentido, le dio todo y siempre le ayudó a ocultar todas sus locuras, sus amoríos y hasta sus borracheras para que su madre nunca lo castigara. Sin embargo, nunca pensó que su “vieja” sería el soporte para seguir adelante cuando pensaba dejar la búsqueda y regresar a Tlaxcala.

“Me pasó tres veces que ya me daba por vencido, pero no sabes cómo me alienta mi esposa para decirme que como mi hijo es tan fuerte, está luchando por estar vivo, yo porque no puedo seguir buscando, porque ella siente que él me está gritando para que lo encuentre vivo”.

Mario se despide para poder reunirse con los normalistas, aquellos que han sido tachados de descontrolados y violentos, que han sido, para él, un ejemplo de unión y respeto, valores que se han perdido en un estado golpeado por la corrupción del narcotráfico y la prepotencia de sus gobernantes. “Me lo llevaré vivo, vas a ver que sí, se lo demostraré al gobernador y cuando se le quite su autoridad como gobernador, ahora yo me podré burlar de él”, advierte.