- Política
El Gobernador de Tlaxcala Mariano González Zarur, con un acto de gobierno sin precedente no en la entidad, sino en todo el territorio nacional, viola flagrantemente la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos vigente, ignorando el principio de laicidad de la educación pública establecido en su artículo tercero, ante la mirada pasiva e incomprensible de toda la clase política local.
El día de ayer se publicó en primera plana del Sol de Tlaxcala, la noticia firmada por Patricia Pineda, que da cuenta que “ el Instituto Tlaxcalteca para la Educación de los Adultos y la Diócesis de Tlaxcala, se comprometieron mediante convenio de colaboración a disminuir el rezago educativo que enfrenta la población, a través de círculos de estudio en 30 de las 72 parroquias de la entidad” (…) “La estrategia será dirigida a quiénes no han concluido su nivel básico, ya sea primaria o secundaria, por lo que la directora del ITEA Maday Capilla Piedras y el obispo de Tlaxcala, Francisco Moreno Barrón, asentaron su rúbrica para validar el acuerdo”.
Lo que nos ocupa es un asunto verdaderamente triste, lamentable, ilegal, violatorio de nuestra Constitución Federal, es un hecho vergonzoso y sin precedente en la historia del Estado y del país, vergonzoso para nuestra sociedad tlaxcalteca. Debiera ser causa de responsabilidad administrativa, para quien resulte responsable entre los integrantes del gobierno estatal.
Que la Iglesia Católica en México participe en el desarrollo educativo del Estado y del país, es un hecho permanente, que se realiza mediante la obtención de las autorizaciones correspondientes otorgadas por la Secretaría de Educación Pública, para Impartir Educación y eso no es lo que está prohibido por la Constitución.
Pero lo que sí está prohibido, es que el Estado-gobierno, en cualquiera de sus tres niveles (federal, estatal y municipal) establezca como una estrategia formal educativa, mediante la firma de convenios o acuerdos con cualquier institución religiosa, incluida la católica, para que éstas participen en el trabajo que en dicha materia educativa, tienen directamente encargado por nuestra Constitución; eso sí constituye una evidente violación a nuestra Carta Magna.
Y explico el porqué: Una cosa es que Iglesia y Estado, cada quien por su parte y de manera separada realicen actividades educativas y, otra muy distinta, es que el Estado recurra a la Iglesia mediante la firma de un convenio, para que le apoye o coadyuve, al cumplimiento de una obligación directa que tiene encomendada como gobierno, derivada de una norma constitucional.
El párrafo Tercero del artículo 3º de la Constitución Federal señala expresamente lo siguiente:
“El Estado garantizará la calidad en la educación obligatoria de manera que los materiales y métodos educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y los directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos.
I. Garantizada por el artículo 24 la libertad de creencias, dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa;”
Señalado lo anterior, se debe decir que aquí no se trata de cuestionar el abatir el rezago educativo en la Entidad, sino que aquí se trata de que el Gobierno del Estado de Tlaxcala, ha violado flagrantemente el texto del artículo 3º. De la Constitución Federal, que lo obliga en cualquiera de sus acciones o estrategias educativas, a realizarlas con laicidad, alejándose de toda situación que lo vincule con cualquier doctrina religiosa.
Máxime que las acciones eclesiásticas educativas se están realizando en las parroquias pertenecientes a la diócesis tlaxcalteca, según se señala en la nota periodística referida al inicio, lo que sin duda es, en el presente caso, una acción violatoria de la Constitución de la República por parte del Estado-gobierno de Tlaxcala, porque no está “manteniéndose por completo ajeno a cualquier doctrina religiosa” (en este caso: la iglesia católica tlaxcalteca), en el cumplimiento de sus obligaciones educativas señaladas por el artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
En un país que se está consumiendo entre la ilegalidad y la impunidad, sería sano y positivo que se sentaran precedentes jurídicos fincándoles la responsabilidad que corresponda a quienes en el ejercicio de sus funciones públicas incumplan las normas de este país, incluidas de modo significativo, las máximas de la Constitución Federal; este hecho que hemos comentado, representaría un mensaje gravísimo del gobierno tlaxcalteca para sus gobernados, si no se respeta el Estado de Derecho y si no se responsabiliza en términos de ley a los responsables de semejante violación.
Desconocimiento de la historia de México
Con la certeza de que ningún funcionario público de primer nivel de la administración estatal, actúa sin el consentimiento de su jefe superior (así lo hacen saber en cada comunicado que generan en prensa de gobierno), el hecho inverosímil de la firma de este convenio también confirma que el gobernador de Tlaxcala pisotea y mancilla con toda perversidad, la lucha y la causa de ilustres mexicanos que impulsaron la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma del Siglo XIX, pertenecientes a la que quizá es la generación más distinguida de patriotas que hemos tenido.
Ese puñado de grandes mexicanos, por la vía de las armas, se lanzaron a la defensa de la Constitución de 1857 y de sus leyes secundarías, para evitar a toda costa la preponderancia de la iglesia católica mexicana de aquel siglo, que ya tenía en sus manos, a través de engaños y manipulación, cerca del sesenta por ciento de las propiedades inmobiliarias de toda la nación y un papel determinante en la educación del pueblo, porque de ellos dependían la mayoría de las instituciones educativas, y que dio como resultado que a principio de esa centuria, más del 90 por ciento de la población total fueran analfabetas.
Quizá el gobernador ignore los nombres, las obras y las aportaciones al país de Benito Juárez, de Melchor Ocampo, de Santos Degollado, Manuel Ruiz, Guillermo Prieto, González Ortega, de los hermanos Lerdo de Tejada, o del “Nigromante” Ignacio Ramírez, o Ignacio M. Altamirano, Matías Romero, Ponciano Arriaga, Ignacio L. Vallarta, León Guzmán, José María Mata, Valentín Gómez Farías, Isidoro Olvera, Blas Valcárcel, José María Castillo Velasco, entre otros, que escribieron con letras de oro la lucha del pueblo de México, por salir del atraso y la sumisión a las que nos había condenado el clero católico.
El ejecutivo estatal ha rebasado nuestra capacidad de asombro, ya no queda al parecer esperar cosas buenas de su desempeño público, con sus acciones evidencia que estamos en total y absoluta indefensión los tlaxcaltecas.
Como es posible que pretenda una vez más permitir que nuestra sociedad sea educada en recintos católicos del estado, con un clero que aprovechará la ocasión, así lo dice la historia, para influir en los conocimientos de los adultos y llevarlos a dónde más les interesa, la aceptación de su pobreza y abandono, más como un mandato divino que por la incapacidad y corrupción de sus gobiernos.
Qué el Señor Gobernador no sabe que los tlaxcaltecas y los mexicanos pensábamos que habíamos luchado y ganado en el Siglo XIX, contra la tragedia de la ignorancia y el analfabetismo en la que nos encontrábamos por más de trescientos años, con un clero católico ciertamente, como dice el historiador Francisco Martín Moreno en su libro México ante dios: “voraz, inescrupuloso, enemigo de la evolución y del progreso, cerrado a las corrientes ideológicas. (…) Un maestro retrógrada (porque controlaban la educación nacional), retardatario, limitado porque enseñaba tan sólo una parte del mundo y de la historia por cuidar sus intereses políticos y materiales o por temor a un castigo por divulgar conceptos que pueden atentar en contra de la unidad de la iglesia”.
Los mexicanos reformadores encabezados por Juárez, se opusieron a la iglesia católica y su visión de estado y a su orientación de la educación del pueblo; una iglesia, que sabía vilmente que educar libremente y en el conocimiento universal, haría de los mexicanos “almas descarriadas que podían conducir a las sociedades civilizadas al abismo”. Entre más ignorantes, mejor, decían encubiertos en sus sotanas.
Qué pena y dolor resulta cuando nuestros gobernantes con una firma olvidan o pretenden borrar la historia de todos nosotros, peor aún violentar leyes que perfectibles ciertamente, son muy claras en esta separación del estado y la iglesia. Parece que al ciudadano gobernador no le importa distinguir que el clero de hoy, es el heredero de aquel que convirtió los recintos religiosos, pulpitos y confesionarios en tribunas políticas, quitando y poniendo gobernantes para sostener sus privilegios; ese clero que acumulaba riqueza a costa del hambre y la pobreza de los mexicanos. Que acaso no sabe Mariano que el clero, históricamente intolerante y vengativo, amenazó con la excomunión a todos a quiénes hubieran jurado la Constitución de 1857, porque ya no consideraba a la religión católica como única para el pueblo.
Este acto de gobierno del estado de aliarse a la Diócesis con el pretexto de alfabetizar, significa una bofetada a los tlaxcaltecas y los mexicanos. Pone en primer plano de reconocimiento, las acciones de funestos personajes de la historia del país, como “Iturbide, como al siniestro Santa Anna, a Zuloaga, a Miramón, (…) a Porfirio Díaz y sus más de treinta años de monopolio del poder, sin olvidar a Victoriano Huerta, porque el asesino tuvo la osadía de invocar en la Cámara de Diputados el nombre de Dios, ni a la «Dictadura Perfecta» y sus otros setenta años de imposición corporativa priísta que culminaron con notable éxito el desquiciamiento del país”; nada más y nada menos, con casi 54 millones de pobres y 12 millones en pobreza extrema.
Nuestra Carta Magna de 1917 corre un grave peligro, y más allá de la indignación que estoy seguro sentiremos una gran mayoría por las acciones del Ejecutivo Estatal, tenemos que reflexionar sobre qué futuro nos espera con estos gobernantes. Solo falta que vaya al Congreso Local y lance una arenga: “Religión y Fueros». Bueno, si alguna vez se atreve a ir.