• Educación
  • Cristian Mastranzo Garrido
La escena fue tan común como preocupante: adolescentes desorientados, miradas perdidas y botellas vacías.

Una calle cualquiera. Una tarde cualquiera. Pero lo ocurrido en la colonia El Alto, en Chiautempan, no debería pasar desapercibido. Varios estudiantes, identificados como alumnos del Colegio de Bachilleres (COBAT), fueron sorprendidos en aparente estado de ebriedad a plena luz del día, justo en el cruce de la calle México.

Vecinos que pasaban por ahí no solo notaron el desorden, sino también la vulnerabilidad de los jóvenes. Algunos reían sin rumbo, otros apenas se mantenían en pie. La escena, que rápidamente fue reportada a la policía, terminó con la intervención de elementos municipales, quienes aseguraron a los menores para evitar que el episodio pasara a mayores.

Pero más allá del momento puntual, lo que queda es la pregunta de fondo: ¿qué está fallando? ¿Dónde está el acompañamiento emocional, el sentido de pertenencia, el seguimiento escolar? El alcohol, en este caso, no es el problema central, sino la vía de escape de muchos adolescentes que buscan respuestas o simplemente una forma de desconectarse.

El hecho, que ya es conocido por las autoridades educativas, ha encendido una vez más la conversación sobre la salud mental, la comunicación entre padres e hijos, y el papel que como sociedad jugamos en la formación de los jóvenes. Porque lo que ocurrió en Chiautempan no es un caso aislado. Es el reflejo de algo que lleva tiempo fermentando.

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